miércoles, 8 de enero de 2014


8 de enero de 2014. Miércoles.

LA LEVEDAD DEL PENSAR
 
Levedad, en el parque. F: FotVi
 
-Siempre que tiendo la ropa -hoy lo he hecho-, se me caen al suelo o un pañuelo o un calcetín, o ambos en sucesivo acontecer, uno tras otro, y me pregunto: ¿Por qué? ¿Por qué nunca (o no recuerdo) una camisa o un pantalón? Quizá sea porque el pañuelo y el calcetín son más livianos que la camisa y el pantalón, y la fuerza de la gravedad supere en brío en este caso a la convicción de la mano para salvaguardarlos de la caída. No se sujeta igual un billete de 200 euros que una moneda de 2 céntimos (de euro). O podríamos hablar con Milan Cundera de la insoportable levedad del ser, del ser leve, el que, como el de la pluma, cae sin remedio, si no se le presta ayuda.
            ¡La insoportable levedad del ser! Tanto, que salgo al parque y veo un pájaro en el suelo; derribado, pienso, o a causa de una muerte súbita o quién sabe si debido al hambre invernal. No hay insectos y los dátiles de la palmera ya se han terminado. Un pájaro; es decir, alas y canto, plumas y huesecillos en amasijo negruzco, en el suelo; o la levedad (la vida) y el peso (la muerte). La pesada levedad de la muerte. Al fin, la muerte siempre pesa más que la vida, y su fuerza de gravedad humilla hasta el extremo de abatir la fronda de la vida. En la muerte, todo se hace abundante caída, sin remedio; o abismo que no cesa, un «allá va» sin fin.
            Pero en el parque -es cosa que suele pasarse por alto- se dan cita otras muchas cosas muertas. Como acículas de pino, en desorden, una piña aquí y otra allí, frutos secos de acacia, una concha vacía de caracol, una pluma de paloma (eso sí que es levedad), una frase grosera que alguien ha escrito en un banco solitario, excrementos de perro (o perra) con amo, y hasta un mechero que tal vez alimentara de fuego a un cigarro de fumador adolescente. La vida es así: levedad, o nota musical que en una sinfonía pasa una vez por el arco del violín y no vuelve. 
            Hoy, Diario, tras lavar, tender la ropa, rezar, leer, escribir, pasear por el parque y otras cosas, he hecho una reflexión (la levedad del pensar) sobre cómo todo tiende a caer, a abismarse, cuando muere; la fuerza de la gravedad de la muerte atrae hasta el extremo de derribar todo lo que toca o marca. Salvo la otra levedad del espíritu, me he dicho, que vence a la fuerza de gravedad de lo que fallece y que anima a toda obra humana, impulsándola a que permanezca y se eternice; el espíritu, su levedad, que se sublima en el amor (20:23:43).

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