viernes, 23 de enero de 2015


23 de enero de 2015. Viernes.
MOLESTANDO
 
 
San Vicente Mártir, en Molina de Segura. F: FotVi
 
-Ayer deletreé (leí letra a letra) las palabras f-r-í-o, V-i-c-e-n-te: ayer fue mi santo e hizo frío. Y, refiriéndome al frío y aunque me escalde, exclamé: «¡Por fin el invierno. Brrr…!», e hice nido en los bolsillos para las manos. Decir que Vicente mártir fue un santo mediático de principios del siglo IV; la fama de su martirio se extendió pronto por aquel mundo de imperio y traficantes, de herejías y santidad. El cristianismo, que, se extendía con la velocidad del aliento del boca a boca de la palabra (¡qué poder el de la palabra!) y excitado por una fe novedosa que acercaba a Dios al hombre -tanto que se decía haberse hecho el mismo Dios hombre-, empezó a ser, primero calumniado y luego perseguido. Vicente, joven diácono, desmontaba tinglados imperiales e injustos con su palabra, o «lo políticamente correcto» de entonces, como lo de que Roma y el Emperador eran dioses y otros himnos y zalemas políticas. El cristianismo salvaba mares, continentes, circos, dioclecianos, apostasías, encuentros y desencuentros con la Escritura, filosofías…, y se iba desplegando con la fuerza del ciclón místico que es la fe. La fe, que decían mover montañas -ya se ve-, creaba, sin embargo, monstruos que la perseguían a cada paso. (A cada paso de sus miedos de mostruos). Era perseguida entonces con el mismo odio con el que lo es ahora en numerosas partes del mundo. (En la misma Europa de ahora, donde echó sus primeras raíces e hizo floresta en logro de virtudes, tanto morales como sapienciales, y aun políticas). Vicente, recordado con arrobo en martirologios y escritos, y loores litúrgicos, fue martirizado en Valencia por un tal Daciano, del que nadie recuerda otra cosa sino la de que fue un fanático asesino; o un yihadista ejemplar de los de entonces. Y es pavoroso y bello decir que, como Jesús, Vicente sufrió muerte de cruz, pero desde la humildad de una cruz en forma de aspa, no como la del maestro, que, de arriba abajo y de lado a lado, abarcaba cielo y tierra, yendo más allá de todo horizonte. Pues, entre miedos, quizá, pero con la fuerza de la fe, murió en cruz. Y fue cantada así su vida crucificada: «Con los ojos de la fe hemos contemplado un grandioso espectáculo: la victoria total del santo mártir Vicente. (…) Cuando su cuerpo, en el que estaba el trofeo de Cristo vencedor, era arrojado desde una barquichuela, él decía en silencio: “Se nos arroja, pero no pereceremos». Esto escribía San Agustín de Hipona, siglo IV, de Vicente, diácono y mártir, y santo. Pues eso, Diario: arrojados, pisados, aviñetados, pero contándolo (de Palabra) para quien lo quiera oír; es decir, viviendo… y molestando, todavía, sin pretenderlo (12:07:19).

2 comentarios:

  1. Si tuviéramos la fe de Vicente, diácono y mártir ¡cuántas cosas barreríamos! como cantaban los Sirex. Trasladado el yihadismo incruento a la vida cotidiana ¡hay que ver cuánto "molestamos" al imponer nuestros criterios y cerrar la boca a quienes, con pleno derecho, discrepan de nuestras ideas!

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  2. Qué razón tienes, amigo José María: la fe de Vicente y su fuerza para defenderla, fuerza que alienta la misma fe. Un abrazo.

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