lunes, 16 de febrero de 2015


16 de febrero de 2015. Lunes.
ARDOR ANTICLERICAL
 
Hacia donde el sopla el viento, en el jardín. F: FotVi
 
-Lo leo en un periódico global que se dice paradigma de la tolerancia y no doy crédito a lo que leo. Un columnista, después de dar por sentado que toda religión, por el simple hecho de serlo, es mala, afirma: «Con semejantes “razonamientos» -aquéllos que hizo el papa Francisco sobre la libertad de expresión y la ofensa indiscriminada y festiva por norma en su nombre-, no se hace fácil la simpatía a este Papa». Y concluye con esta perla casi yihadista, por intolerante: «Al fin y al cabo es el jefe de una religión». Es decir, al fin y al cabo el Papa es jefe de esa lepra, de esa indignidad, de esa negritud social, que es la religión. A las personas que viven su fe, su manera de darle otra dimensión y estética a su vida, de ser felices, quizá, de otro modo, se les pretende arrebatar hasta el trozo de pan y el sorbo de vino de su dignidad, acusándolas de religiosas. Acuden a Torquemada, el inquisidor (con razón, a veces), para violar y pintar de negro la imagen de la Iglesia y no caen en la cuenta de que ellos son Torquemada; ellos condenan y ejecutan desde sus columnas de opinión todo lo que no se ajusta a sus dilemas, a sus tramoyas intelectuales, a su progresismo de mercadillo de Rastro. Esto -lo señalado- viene escrito en El País, modestamente considerado por sí mismo, como periódico global. Y por un escritor macizo, que, con bloques de hormigón literario, hace libros, que, aunque celebrados, son infumables. ¿Su nombre? Javier Marías. Como diría Francisco Umbral de otro escritor (cuyo nombre me reservo), Javier Marías no hace literatura, no enriquece y hace donoso el lenguaje, no hace «prosa creadora», sólo redacta. «Entendemos por prosa -dice Umbral en su ensayo La prosa del siglo- aquella que contiene en sí todos los elementos de la poesía, pero liberada de la prótesis de la versificación». Prosa, que, contando y narrando, recree el lenguaje, lo haga joya, diamante tallado, lujo del habla. Julián Marías, padre de Javier, siempre me ha atraído como escritor más que el hijo, aun ahora. Todavía me es libro de consulta su Historia de la Filosofía, con prólogo de Zubiri, 5ª edición, año 1950. Todavía en sus páginas (de atractiva prosa) suelo volar sobre el nido del cuco de filósofos como Descartes, Kant, Kierkegaard, Nietzsche, con su eterno retorno, hasta Ortega, maestro e inspirador de Marías. Y digo no entender cómo habiendo tenido Javier un padre como Julián Marías, una biblioteca que habría colmado de sueños y ficciones al mismo Borges, buenos colegios y una niñez feliz, cómo, digo, ha podido llegar a este ardor anticlerical que, como veneno de escorpión azul, que diría Gonzalo Millán, poeta chileno, parece haberle alcanzado hasta los mismos huesos, a los que, si no llegan los sentimientos, Diario, sí debiera llegar el corazón, que los irriga y oxigena, y les da vida (12:58:29).

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