viernes, 25 de agosto de 2017

24 de agosto de 2017. Jueves.
JARDÍN DE INFANCIA

Paisaje, junto a la cruz de Carrascalejo. Bullas. F: FotVi

-Ayer, viajé a Barranda. Con tres amigos: Juan, Pepe y Antonio. Un jardín de la infancia; es decir, todos con achaques, salvo Juan, el conductor. O la vejez feliz y confiada. Idóneo calificativo. Volvíamos a estos parajes boscosos y fértiles, con latido, vivos. Antes de la ciudad de Mula, un paisaje lunar árido, de color blanco desabrido, como angustiado, con dunas y tajos impresionantes de margas, dejaba paso a otro de pinares, huertas y amables cumbres verdes. Paisaje con casi un grado más de humanidad, de benigna temperatura. Visitamos el Cristo del Carrascalejo, inclinada la cabeza, mirando con ojos vivos, bajo una cúpula de árboles inmensos, y un alrededor placentero, con gatos, como panteras asustadas, vigilando a los visitantes. Allí se vende vino del lugar, sin pudor. Por lo visto el Cristo atrae a bebedores del rico y animoso caldo. Pasamos por Cehegín, la bella ciudad de las calles fluctuantes, respuesta a la vieja Begastri, con arqueología de íberos, romanos y, en tiempo visigodo, con obispo y teología en concilios del siglo VII. Allí tiene familia, Juan, el conductor. En su honor. Y llegamos a Barranda, donde el sol no aúlla, solo calienta como una estufa invernal. Llegamos a casa de Juan, el hablaero de la Cope. Recibimiento episcopal, reverendísimo. Cordial. Y comida en el restaurante El Zorro, donde la carne a la brasa y la ensalada con anchoa echada encima, dulcemente desvanecida, remedian el hambre y desvanecen las ganas de comer. E incitan, además, a la pequeña siesta, con la Vuelta a España como telón de fondo, ese hermoso tostón que se oye, apenas, mientras dormitas. Concluida la dormición, volvimos por el mismo camino, sin tropiezos y con el contentamiento por nuestra parte del deber cumplido en afecto y compañerismo, y gastronómico, que la vejez, Diario, aprieta a veces, pero no ahoga (11:58:36).

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