1 de octubre de
2018. Lunes.
A
CAMPO ABIERTO
Fiereza en piedra, Catedral de Murcia. F: FotVi |
-Miro por el balcón y
veo que hoy, uno de octubre, es igual que ayer, treinta de septiembre. El
cielo, los árboles, los ruidos -el de alguna sirena: el hospital está al otro
lado de la calle-, la sorpresa de levantarme, de tocar las cosas, de amarlas.
Porque me sirven. El peine, la maquinilla de afeitar, la fruta del desayuno, el
Libro de las Horas, en el que la
palabra silabea a Dios, lo dice. Todo en orden; todo puntual en mis manos,
queriéndome hacer feliz. Y lo soy, feliz. Salvo, cuando la mente se me va más
allá de esta pequeña habitación donde vivo. Y sale a campo abierto. Donde se
hallan los dramas y las historias de llanto y rabia, de dolor y sonrojo. Entonces,
la vergüenza me hace bajar los ojos y decir: «¡Dios, ten piedad!», y, luego,
miro al cielo, y a mis manos, por si, en ellas, hubiera algo de culpabilidad, de
ciénaga, pues mis manos son las manos del hombre, «y el hombre -como diría
Antonio Lucas, poeta- es el fondo de todas las cosas». Y yo, como hombre, estoy
en la base de esa ciénaga, quizá no como individuo, pero sí como colectividad,
como humanidad que, a veces, mira y no ve, y si ve, no siente. O si siente, no
actúa. Por eso, Diario, miro al cielo y digo: «!Dios, ten piedad!», y luego escarbo en
mi corazón, y espero: la esperanza siempre lleva a algún puerto (18:31:48)