28 de julio de 2022. Jueves.
OJOS LLOROSOS DE DIOS
OJOS LLOROSOS DE DIOS
-Sin retórica, he de decir que esta mañana se me ha aparecido un niño
con Dios en los ojos, ¿o eran los mismos ojos de Dios? Era un niño africano,
con ojos de hambruna (¿u ojos de Dios pidiendo amor en una foto con niño?);
ojos, en todo caso, donde la luz (según el salmo) nos debiera hacer ver la luz,
la luz que deslumbra en la justicia, y ciega sin cegar, porque, al fin, te deja
ver. ¿O no hay luz por potente que sea que nos haga ver la luz, digamos de la
dignidad? No ver en la luz
de estos ojos (de niño con Dios mirando) es como tener el corazón todo hundido
en la pocilga del egoísmo, y andar en los límites donde ya no hay corazón sino
afueras, y donde la ternura no cabe porque la tal víscera petrificada ya no es
corazón sino arrabal desnaturalizado, con alimañas y hedor, y angustias en
forma de gritos de murciélagos, que hielan. Se trata de un corazón para la
ceguera, donde los fantasmas visten no con sábanas blancas sino de negro, y no
asustan porque el corazón –con sus fantasmas negros– es la misma noche, y, en
la noche, los fantasmas de negro, con sus sombras de muerte a cuestas, se
difuminan, aunque quede la muerte. Esta mañana, en una revista, se me ha
aparecido un niño con ojos prestados por Dios, ojos de Dios teñidos de hambre
somalí, africana, mundial. ¡Qué mirar más terrible el de ese niño mirando con
los ojos hambrientos y llorosos, y suplicantes de Dios! Dios, Diario, es
súplica en los ojos de cualquier niño que mira desde la herida del hambre, desde
la herida hecha a Dios por el mundo de la injustica, de la indiferencia, de la pereza espiritual (18:34:10).