Trece meses, un servidor. F: Familia. |
-¿Nunca te has reído de ti mismo, de tus defectos, de tus limitaciones? Inténtalo: es otra clase de risa; una risa humilde, liberadora, terapéutica. Cura la hemorragia de la vanidad, de la tonta hinchazón, y te acerca a la realidad de amarte (y soportarte, quizá) tal cual eres. En mi caso: un tipo bajito y con gafas de miope, y aún con timidez de principiante en casi todo; eso, sí: también con la ilusión de no alejarme mucho de mi niñez, la que revive mi poema Aquella niñez o tiempo, en mi libro Introducción a una selva incipiente, de cuando estaba y vivía «en el don de la juguetería», y nombraba las cosas con amor asombrado, como «madre», «pan», «mañana», «Dios»… Maravillándome de nombrarlas y poderlas escribir. Reírme a veces de mí mismo me hace ser más tolerante con los demás y más amigo (hasta el extremo de no consentirme lo que no está bien) de mí mismo. Reírse de uno mismo es dejar que la humildad te cubra, y evitar que te venza el exceso. Es algo así como volver al barro del que venimos, y dar gracias por el aquel soplo –el Aliento de Dios– que nos infundió la vida y la sabiduría, y con el hecho además, nunca suficientemente agradecido, de poderlo contar (11:58:29).