I
De primeras, Pudene
Azcárate vivió disolutamente y, aunque parco en palabras, fue generoso, sin
embargo, en aventuras y ensoñaciones. Forjaba sueños como hierbas el prado o
enigmas Dios; y los vivía todos, o lo procuraba, enjoyándolos luego de nuevas
peripecias no soñadas, que llegaban con mucho a enriquecer el primordial núcleo
de lo soñado. Era su vida como un despilfarro de poemas y hermosas leyendas,
que, una vez fabulados y experimentados, retenía en su imaginación para su solo
y voraz recreo. «Los retenía sin decirlos, por pura pasión de intimidad», me
dijo el Abad Paulino, cuando le fui a solicitar datos verídicos sobre Pudene,
muerto en olor de santidad para unos (no así para otros, que demonio, y
diantre, y demontre, y otras lindezas, como brujo y patillas, le llamaban). Mas
el no querer hablar por libertad, lo había conducido a no poder hablar de
ningún modo, salvo en contadas y muy solemnes ocasiones, y milagrosamente, como
luego se irá viendo. Es decir, no le llegaban a la boca, tras disponer de la
idea, las palabras necesarias para expresarla, atrofiadas éstas por tanta y tan
dilatada espera en el decir. La boca acallaba las ideas nada más ser
concebidas, como si de un brote de yema de flor abortado en el esqueleto del
cuerpo del almendro se tratara; entre los dientes y el paladar, morían ideas
felices que hubieran embellecido el alma del lenguaje y servido para ser
narradas en noches de ánimas y cuentos, junto al fuego.
Luego fue santo; es decir, dejó de soñar,
dicen; y, con la aureola de santo, le empezaron a asediar las palabras, les
venían como saliva a la boca, y sucedió (no se sabe bien por qué), que, al
venirle las palabras, le faltó qué poner en ellas, y fue como seguir en su
mudez antigua y pertinaz, sin poder contar todo lo que de hermoso el destino le
había deparado vivir, pero que en muy pocas ocasiones dijo. Nunca pudo decir,
por ejemplo (o no quiso, vete tú a saber), el número de versículos del Cantar
de los Cantares que experimentó, en días de delirio y amor, en damas y
doncellas, que ni contradictorios ni perversos delirio y amor son, si bien se
saben ensamblar y conducir, y más si con fines líricos, sólo líricos y poéticos
—como aseguraba el Cojo, su fiel amigo y servidor— se ejercitan; nunca
lo pudo decir el bueno de Pudene. Como en su momento se dirá, sólo habló del
inquietante asunto aquel del tamaño y la forma del seno de la dama, así como
del modo de adelantarlo hasta su labio, cuando, tragado Pudene por el horror
del desierto, le dio a beber en él su caño de leche fresco y largo, ruidoso,
calmándole la sed y salvándole así la vida.
(Inicio de la novela La Santa Herejía)
Un río es un latido. Tiembla y suena
POEMA II
SI ME SUCEDE UN VERSO
(Del libro A modo de canciones)
BIENVENIDA
Así es nuestra bienvenida:
alegre como un árbol que de pronto
palpa que ya la fruta está en la rama,
como un río que nace en la montaña
y llega al mar después de mil revueltas,
como un limón recién partido.
Tan humana alegría
que nos tiembla en la boca,
y la palabra se nos queda corta
porque el gozo se nos ha hecho
tan dilatadamente grande.
Así es nuestra bienvenida,
igual que una carrera de árboles en el monte,
donde de pronto se detienen
y chocan todos, entre risas,
como en el juego de los niños.
Así nosotros,
entre risas y cantos,
con un montón de luces en los ojos
iluminando todos los caminos
por donde el corazón a veces se nos escapa,
igual que en esta vez dichosa.
Así es nuestra bienvenida,
toda lumbre y esquema de la hoguera,
toda viento que aplaude los bosques y acrecienta
el crujir de la llama.
Así es el retablo de nuestra bienvenida,
con muchos ángeles blandiendo sus alas sobre
el anuncio de nuestra dicha,
la dicha de saberlo entre mostros,
de poseerlo durante unas horas,
de sabernos el templo vertical del amigo,
del Padre, que está allá,
bajo el cielo de Roma,
con el timón cogido de la barca
magnífica de Pedro.
Esta es la montaña de nuestra bienvenida
a Vos que sois Padre..., y causa de nuestro gozo.
(Mi primer poema recitado ante el Nuncio Monseñor
Antoniutti, el día de la bendición del Seminario de Verano,
y publicado el 27 de mayo de 1957).
y publicado el 27 de mayo de 1957).
TRÍPTICO DE SONETOS
CON DIOS AL FONDO
I.- EL
RÍO
Un río es un latido. Tiembla y suena
y su sonar es plata hecha alegría.
Al inclinar mi boca a su armonía
se desdobla en cristal de luz mi pena.
En la tarde, mi andar y la serena
huïda de las aguas. Lejanía
cayendo hacia los montes. Tarde fría
con el aire danzante de la almena.
Quiebro una caña, nace su quejido
y vierte la paz tersa del momento.
El río sigue dando su latido
y Dios pasa sin ser ala ni viento,
pero toca las cosas y las cosas,
sin saber cómo, se hacen más hermosas.
II.-LA CIUDAD
No es ciudad de jardines y avenidas,
es la ciudad sublime de mis besos,
de mis besos jamás dados a nadie.
Conozco a cada uno de mis besos
porque todos se llaman con su nombre.
Tienen el nombre por quienes nacieron,
por quien pudieron ser amor o fruta.
Cuando los llamo vienen a mi boca
y aletean y tiemblan en mis labios
y parecen ya besos, mas son niebla,
sólo niebla en el río de mi boca.
Hoy, de improviso, quise brotar besos
de mi surco y te abriste Tú, Dios mío,
siendo mi único beso: nuestro beso...
III.-LA
TIERRA
La tierra también sufre. Mortalmente,
la tierra se va haciendo sangre y rama.
Dios ha puesto en la tierra la retama
de ser madre del bosque y de la fuente.
Sufre la tierra, muere a la caliente
raíz que chupa el cuenco de su llama
de vida, de su vida que se inflama
en el chopo o en la rosa confidente.
Yo he mordido hoy la tierra, la he gustado
por si sabía a dátil o a manzana...
y me ha sabido a madre su bocado.
¡Oh madre tierra! ¡Oh madre lozana
que has sentido la mano de Dios buena
llenar tus senos de frutal arena...![1]
[1]. Estos poemas aparecieron en la antología:
"Poesía sacerdotal contemporánea". Editada por Seminarios
Claretianos de Cantabria. 1957. Santo Domingo de la Calzada. Logroño.
HALLAZGO
DE LUZ
Señor, todo pasó por tener un corazón
que se dormía sobre las aguas de los lagos,
y rezaba a las ramas de los árboles,
y no sabía que detrás de unos ojos puede
dormir un ángel triste.
Yo sé que si reclino una piedra sobre mi
pecho puede sentir el ala
de mis sueños y casi volar con ellos, pero
no sé de la hondura de una mano cerrada
ni del dolor nocturno de un pájaro sin ojos.
Yo comprendí la tierra
y el rumor de los mares,
pero me faltó ir a las estrellas y amarlas,
y andar los mil caminos
con la misma callada luz de una y otra angustia.
con la misma callada luz de una y otra angustia.
Yo me quedo en silencio ante las cosas,
porque no sé la risa de los chopos
ni el amanecer de una boca.
Sólo sé hablar al río desde la orilla mía,
y al último minuto de los años,
y a todo lo que puede de pronto abrirse en llama,
pero sin preocuparme de ver si entienden mis
palabras tan cargadas a veces de idolillos,
los ídolos silvestres de mis sueños,
con muecas de amargor en sus pupilas.
Yo soy la fiebre de las piedras,
y el anuncio de todos los trigos cuando nacen;
yo soy la mano buena de un niño que pinta un cielo
para que vuelen todos los pájaros sin alas
que hay en la boca libre de Dios, yo soy la misma
boca de Dios empequeñecida hasta el ocaso,
yo soy rumor, pero no soy las olas ni el aire,
ni siquiera una luna que vaya a teñir los pinos
y a compartir su misma verde sombra.
Estoy sobre la noche, pienso en el corazón
de los hombres, que igual que bosques
aman el negror como una roca el gran abismo;
sueño en la luz y pienso que la luz
está en cualquier mirada que se asombra,
o tal vez en la rama de donde un pájaro vuela.
EL
BESO
Todo el beso cayó
en un pozo sin luz.
Cayó a pedazos,
a rampas de mortal
lejanía.
Cayó
de nada en nada
como un ciervo cortado
en su salto de huida.
El beso aquél, su roce
de ala, de pluma
ligera y libre,
cortado ha sido.
(Y ahora tú,
su cauce, su tejado
donde la lluvia vierte,
su pan y su bocado,
me miras como un perro
mira su herida
con ojos silenciosos.)
(Del libro inédito Poemas iniciales).
(Del libro inédito Poemas iniciales).
POEMA II
(Madre puntual)
Su vientre en pleamar, en mar muy llena.
Siempre el oído atento a la movida;
dulce la palma de la mano, asida
al rumor que le cruza por la vena.
Ya el último eslabón de la cadena,
el nueve mes abierto a la crecida,
la última y postrer clara embestida
del ser que se debate por su arena.
Madurados los senos de cebada,
campo lleno y arado, río listo
para el sorbo frutal, miel cincelada
por el amor a punta de navaja,
el sol ha roto el vidrio ya previsto
y una rama del árbol se desgaja.
POEMA VI
(Mordedura de Dios)
Voy de paso a romperme contra el aire
que viene de tu reino, a dar contigo,
en tu mesa, en tu arroyo. Ya me tienes
cogido, perro y cuerda y lobo herido.
Te miro bajo párpados de sombra.
Ya no sé si te quiero o estoy desnudo.
Sólo sé que te sigo a todas partes,
al asfalto que hierve, a la tormenta
de tenerte que amar aunque lo sufra.
Ya descanso caliente en tu regazo,
me aprieto a tu cintura, contra el muro
natural de tu seno ya en simiente.
Soy parte de tu seno. Por su rama
me subo hasta tu labio y lo destruyo.
Quiero cegarme en carne de tu carne.
Morderte por las venas hasta el lago
que forman tus pupilas y tu hueso.
Morderte todo el hombro, el hueso río,
la palidez del hombro. ¿Dónde tienes
el vaso que me moje la sed, dónde
la jarra de cristal, dónde tu gota?
Te busco! De tu pie saltan los días.
Tu cuchillo se clava en mi esperanza,
y así bebo la gota que le cuelga
de haberme herido a muerte, y así vivo.
Es terrible tu daga y es hermosa.
Cuando te miro, si es que puedo, me
inundas la mirada, me la ciegas,
te sales de la órbita del ojo,
dejas señal certera de tu furia.
¿Qué día más fatal puede anunciarse?
¿Qué soga más cerrada que tu mano
apretando el limón de mi esperanza?
Ya me tienes, oh Dios, pendiente
de tu hilo, de tu viento, como un pájaro
que vuela y ve tu nido, y allí canta.
15-12-63
POEMA IX
(Aviso de esperanza)
Os aviso mi día de mañana
y el cierzo que os dure cuando pase.
Mañana es claro que no existe nunca;
pero el hoy, sí es el toro por lo vida;
la emboscada y el salto por la espalda,
la cierva que ha perdido al ciervo, y muge,
el dolor derramado por el mundo
como un oscuro vicio de los hombres
¡Me quejo a la esperanza! ¿Por qué huye?
¿Por qué su quebradizo barro, su
lenta fiebre por casas y paredes?
¿Dónde está ahora que nos hace falta?
La noche nos persigue los andamios
que llegan hasta Dios y su pradera,
nos enluta el rocío por la yerba
y no hay mano que a tiempo la desgarre.
Me lío la esperanza a la cabeza
como un turbante que me turba el pulso,
y pido la esperanza para todos
los que quieran tenerla como un río.
Mañana no será una playa donde
el sol mine los huesos por la espalda
mientras arde en la arena todo el pecho.
Mañana será tierra, y no costumbre
de beso para el labio. No amanece
mañana, y es un llanto lo que viene,
una amarga caída hacia el ocaso.
Mañana morirán las rosas. Luego,
partirá el amor, libre como un soplo
que pudo hacer la jarra donde el vino
se tiende para el gusto. ¿Dónde está
la esperanza y su clave para abrirla?
Mañana esperaremos, por si el sol
se descalza y nos entra de puntillas
por las cuatro paredes que nos tapian.
Mañana esperaremos, como siempre,
que nada ocurra, que haya un ave muerta,
o un hombre, que es lo mismo, que nos llame.
El mar está de luto, y los almendros.
Los puños de la rabia se amontonan
mientras todos miramos caer la lluvia.
POEMA XI
(La sana verdad)
Sonaba tu voz breve por el río,
me alargabas la mano y yo bebía
su roce, y era bello, y era nuestro
el amor como un sueño que nos tienta.
Ahora, pienso que fuiste tú la estrella,
la dorada simiente de la dicha;
que hubo un tiempo, un año de cebada
y de cosecha, un aire casi niño
que nos sopló en el pecho, y hoja a hoja,
como sucede a un libro, para siempre
nos separó de cuajo. Y Dios sin sitio,
entonces. Fue después. Después del fuego
que por la herida ardía y la sajaba.
(Entonces, tú te hiciste tan pequeña,
que a nada o casi nada me sabías.)
Y Dios era la vid, el vino rojo
que a una con mi sangre, como un viento
que sube las paredes de una torre
—las envuelve, las deja, las castiga—
a mi boca subió, y noté su gusto.
Y el gusto de Dios era una cascada,
una insufrible yerba ya crecida,
enraizada en mi ser a puro golpe.
Pero, ahora, estoy de pie, árbol o espada.
Me siento surco y guerra para todos.
El mar tiene su entraña hecha de peces.
Me doy. ¿Hay alguien que quiera mi polvo,
si es que vale y no estorba, para el año
de mieses, mi razón y mi alegría?
Si para el surco valgo y, no es muy pronto,
echadme en él, y habré puesto mi parte.
21-8-63
POEMA XIII
(La tierra removida)
Mi tierra ha sido removida, vuelta
para el oreo del viento que renace
por las peñas, abierta y preparada.
La mano que la abrió siente la lluvia
venir,
su trote diminuto, el ala
refrescante que el aire empuja a
junio.
Yo soy la tierra blanda que recorre
el sol; yo soy el surco y su aventura.
¿Queréis de mí más sangre que mi tierra?
Aquí nace el laurel del gozo limpio,
el chopo de la paz, la casa nueva
que cobija el amor y las ventanas.
Cuando siento la reja hender mi suelo,
aprieto el corazón y echo una mano.
El trigo tiene nuevos tallos verdes,
amapolas en trance de encenderse
y menudos silencios que apaciguan
la sed del que se viene aquí a soñar.
Mi luz es este árbol y este hombre
que han parado su triunfo po mi gleba,
a ellos me destino y soy testigo
de su crecer. Caliente estoy de vino,
de guerra por sacar la espiga llena,
por levantar el gozo que os llegue
hasta el cuello del día, y no se acabe.
En mi tierra no hay mudo que divida,
se vive al aire libre y en paz muere
el que tiene los años para el cambio
de patria. El vivir es lo que vale,
lo que cuesta, lo mal pagado a veces.
No interesa decir que estamos muertos
cuando la vida empuja y es hermosa.
Si hay tierra, si hay valor y no es muy triste,
volvamos a la vida para andarla,
levantemos el brazo por el aire
en señal de poder y de ternura.
Salga la luz al valle, y clara, nueva,
como una voz muy fuerte por el viento,
por los ojos, nos llame y nos inunde
desde el hombro a la tierra donde estamos.
1-3-63
POEMA XIV
(Casa de todos)
Se sube por mi mano la sed viva
de tu mano y revuelve todo el pecho;
tu corazón me viene tan derecho
que acierta a la primera tentativa.
Herido de ti, ave fugitiva,
me voy cayendo a pulso en el estrecho
abrazo que nos pone bajo techo
paz, mientras Dios calla por arriba.
El corazón me rueda hasta tu llano,
y, allí, prende amistad y se hace brasa
donde el amor se instala y nos conmueve.
Si el amor se desvela por la mano,
es preciso que alcemos una casa
donde todos vengamos, por si llueve.
17-X-63
POEMA XXIV
(Los suburbios)
Suburbios de Madrid, París, cabeza
dorada de New York, abrid las llamas
del pan, cerrad con calma vuestra fosa.
Un viento gris se cierne por los campos
del cielo, rompe cuerpos y abre sombras.
Las casas se desvían de su ruta
y no encuentran a nadie que las abra:
se les hielan las puertas, y el amor
de las llaves no encuentra cerradura.
¡Se han marchado los hombres! No a la guerra.
Se han manchado los pueblos de tristeza.
Las mujeres irán después, más tarde,
cuando el sol ilumine alguna puerta.
Irán a los suburbios de Madrid,
París, cabeza viva de New York,
donde las casas crecen como juncos
delgados, apretadas, reverentes:
una sola ventana para el aire,
para el pájaro amigo, para el sol.
Y una soga tendida donde cuelga
la ropa y el amor, ¡y la esperanza.
Se ha podrido el amor sobre los labios,
sobre las almas. Muerde Dios su mano
creadora de un mundo sin aljibes,
llora sobre las tapias de los odios,
gime contra las clases y las castas.
Suburbios de Madrid, París, cabeza
dorada de New York, abrid la vida.
Ponedle ramas nuevas a los hijos
por las manos. Y el aire que os cubra
de laureles las sienes por haber
vencido. Hombres de venganza, hombres
de ternura y martillo sin hoz, nueva
rosa que nace por los prados de
Madrid, París, New York. Hombres de rosa
plantada en los inciensos del trabajo,
que acuñáis la esperanza como un hijo
vuestro, sobre los prados de Madrid,
París, cabeza viva de New York.
¡Seguid silbando por la noche alta,
sacad el vino y defended la fiesta!
¡Ya es hora de gritar que nos amamos!
12-XI-63
POEMA XXVIII
(Otro llanto)
Hoy lloraré por ti.
Por tu oscura
angustia que no sabe del milagro
de cada día, del amor
poderoso que rompe muros,
dientes y las palabras
henchidas de
sal y plomo de la envidia.
¡Hoy lloraré! Llorar
lágrimas y alegría
azul para los sueños.
Hoy lloraré por mí que estoy en ti,
tú que me lates, yo que te amo,
que estoy contigo
para vencer lo nuestro.
A medias lucharemos por el llanto,
a medias por la paz y por su tierra
y el perdón que se anuncia.
Hay que llorar y revivir la lluvia
que nos lave.
Y no volver los ojos
por miedo a perder algo.
Yo lloraré por ti,
y tú me habrás dado la vida.
l961
POEMA XXXIV
(Final)
La rosa ya ha escanciado su hermosura
y el mundo se ha tapiado de ternura.
Pongamos el amor sobre la mesa.
Hagamos la señal de la ternura.
Pongamos el amor en su estatura,
en su nueva mañana de promesa,
en el ave, en la piedra, y hasta en esa
tristeza que ata el hombre a su cintura.
Si un ciervo ha sacudido su alegría
y al mundo se le ha abierto una ventana,
un ala, un hombre en paz, un nuevo día,
es que es la hora del vino y de la danza,
de la feria de Dios en la mañana.
Es la hora de esperar en la esperanza.
30-XI-63
(2) Premio "Polo de Medina", Excma. Diputación de Murcia. 1963(Del libro Dios se llama forastero) 2
PAISAJE HUMANO
Si llegas a las tierras
del sur,
sacude la guitarra
y haz la rezar en cruz...
Hombre
y guitarra,
cruz
de las tierras
del sur.
SI ME SUCEDE UN VERSO
A Rafael Morales
Si me sucede un verso
sencillo y sin notarlo,
habré visto el poema
germinar en mi mano.
Si me sucede un verso,
si me sucede y canto.
Si me sucede un verso
por las penas del labio,
será que las raíces
empiezan a ser árbol.
Si me sucede un verso,
si me sucede y canto.
Si me sucede un verso
cuando en el pueblo paro,
será que soy el pueblo
por el pueblo cantando.
Si me sucede un verso,
si me sucede y canto.
Si me sucede un verso,
si me sucede un llanto,
habré visto la vida
por el hombre pasando.
Si me sucede un verso,
si me sucede un canto.
LA CIENCIA
Para vosotros he dejado
esta noche las brasas, el
vino, el ajuar del juego;
la noche pasa fuera como un
río de tocas,
se desnuda, se ofrece. Yo os
invito,
no os quedéis mirando desde
fuera,
pasad un poco más,
justo hasta el fuego que
arde para todos.
Mirad, largo,
las llamas que caleintan por
servicio,
la sed de sus pupilas, sus
adornos
que laten con paciencia, su
virtud
de cuerpo y sus remansos.
(Qué
alta está la fogata,
cómo trisca! Pasad,
pasad la puerta, y en las
manos
traed el vino que nos haga
pobres,
traed las cartas y el
milagro nuevo
de ser vecinos. Pero, no;
trampas, no; sólo la verdad
por delante como Dios,
las manos claras,
y más claras aún el alma
y las humildes voces; los
gestos, como la vid
que alarga su cilicio,
también humildes, odres.
Odres que se vacían en la
noche
como los ríos en un mar de
muchos
vasos, de muchas venas.
Pero, no;
no está bien que distraiga
el juego,
que haga cruces y barcos en
la mesa
mientras vosotros reclamáis
la justa bienaventuranza, el
aire,
el simple altar del trigo.
Tiembla en la mesa el vino,
su alta cresta,
y grita la consolación, el
tibio
encuentro, la salud del
trago.
Las viejas profecías, los
volúmenes
donde el amor es un cordero
de blanca lana, un vino
y un pan, lo han dicho:
anuncian que seremos
felices campos, cosecha de
alta ciencia;
tendrá su caridad el hombre,
su hato
de sencillez. Pero antes
hay que jugar, echar
la carta, el buen alcohol,
beber la vida como el molino
bebe sus vientos, una
música,
palabra trabajada, simple
taller del agua.
Ah, pasad presto, echad la
calderilla,
no es vicio, sólo
se juegan álamos
y amor sobre la mesa,
cualquier prenda
vale; cerca del fuego
vale la vida un buen
milagro.
CIENCIA DE LAS COSAS
Con el circo llegaron –ahora lo recuerdo
bien– las gentes de techo
al hombro, los payasos
de la niñez, los títeres que
anuncian
un momento de vuelo, un
piñón abierto
en la sequía.
Después, ante una reverencia,
ante un sencillo amor sin
brillo, se levantó
la lona; fue lo mismo que
hinchar un globo,
una burbuja de jabón, poner
un pájaro en la plaza. Yo,
niño todavía,
en la negra posguerra,
intenté dulcificar
la saliva, hacerme
con la emoción cerrando bien
los ojos.
Por la noche, cerradas
las puertas, las tabernas,
los escasos silencios de la
casa,
se anunció la función; todos
fueron a ver
la vida, el chiste, el suave
resplandor
de los equilibristas; en los
ojos
nacieron buenos álamos,
cosquillas en los pies, el
trigo
por las manos, sólo
bastó encender la pista
y poner el tambor a tono. Yo
no pude entrar;
era sencillo no tener una
peseta
ni un real como el agua
por aquel tiempo;
sin embargo, cómo recuerdo,
qué luz picando el pecho, tú
y yo, miramos
por aquel desgarrón: bajo
las sombras,
en el más bajo azor
de la noche, miramos cómo el
presentador
lamía las palabras, lanzaba
al payaso
para poblar de rosas las
gargantas,
a las leves y dulces
muchachas del trapecio, al
lanzador
de sables, hacía bailar
mariposas
en el sombrero de un
espectador.
Luego,
en la mañana, puestas las
porcelanas
del sol, su viático
en la tierra, miré el lugar
del circo, la triste
mancha de soledad que dejó
en el pueblo;
se me enredó una nube en los
ojos, una estola
negra, y lloré entre
dientes,
como ahora, cercano de todo
lo que se consume:
la casa, los amigos, la
religión del pobre,
el leve amor de un cirio,
las romerías de los cuervos
en vuelo sobre el mundo
para ponerlo todo negro; no
he debido pensar,
sino sacar las manos, nada
de solemnidad,
sin luces, sólo las
necesarias
para abrir un abrazo, una
fe, un sabor
nuevo en cualquier boca.
Por el odio se llega a un juguete roto de niño.
Era la vida un pájaro
haciendo su ataúd, sus
cruces rotas
en pedazos, su trigo mal
regado.
Se morían las torres sin
campanas,
sin su oficio de torres, como
pasa
cuando se para el sol junto
a las tardes
y un hombre sale del trabajo
tosiendo humildemente.
Aquí se estrellan
pájaros y guitarras, oía
decir siempre
a mi madre, aunque no con
estas palabras, sino
con otras más sencillas y
aldeanas
y verdaderas.
Cierto que no había sol ni peces
y el pan era un milagro.
Entonces,
el pan era un milagro
si se tenía en las manos,
como un canto
si se separan los dos labios
y estalla una burbuja.
(Era
la guerra de verdad, el
pinar solo,
las lechuzas y el viento por
la calle
de las Animas; era
el circo, la paciencia de
las lágrimas,
el trigo frágil de la
muerte.)
Se podía tocar la muerte,
como
los niños cuando duermen,
como los ojos
de un pez, sin que se
muevan,
ejerciendo su frío, su cristal,
rompiéndose en las manos
sin que se grite nada ni se
escriba
nada particularmente
elevado. La vida
era un pájaro haciendo
su ataúd, sus espejos, sus
medidas
exactas para el hombre, sus
cerraduras para siempre
echadas en el suelo.
Sin embargo, con sólo ver
la forma de tos ojos, su
cetrería hermosa,
la espuma que deslía
su blancura en tus dos ojos,
han podido arder
las palabras de amor,
sobre el entierro
de todas las mentiras, en la
cima del mundo,
se ha escrito una paloma
con el pico metido entre las
alas. Y ha habido
parto, desorden en las
venas, un pequeño silencio
para acabar la copa. No sé,
sobre estos triunfos
del trigo, hablo del pecho
de mi madre,
he podido llorar
a tiempo, caminar
a tiempo para ver los
pájaros
y el campo conmoverse.
LA SALVACIÓN
II
A Rafael Morales
Se oyó la salvación
cerca, casi en el centro de
la casa,
en las mismas rodillas de la
madre,
poner su grave instante, su
oración
pronta hacia lo alto; tuvo
su ocasión el pájaro, y cayó
nieve
en aquellos tejados de la
infancia;
se oyó una flor, un
manantial
abrió su cuerpo
y dejó pasar arcos, nubes,
bocas selladas
de cántaros y cruces, los
acordes de un himno
que recordaba el día
de las bodas del pan; se oyó
la paz venir, cruzar
los aires de sonata en
sonata, sepultando
el dolor -tierra calcinada-, como la luz
que lleva un cuerpo cuando
pasa, cruza
los ojos y se entrega.
Ah, qué alpiste,
qué lujosa verdad entra en
el pecho
a una señal, a un claro en
la tormenta.
Se podían pintar árboles,
copas
de licor, árboles y copas,
levantados en vilo,
como lluvia tranquila. Sobre
tu cuerpo
ha bajado la luna
y ha dejado su blanca
ropa tendida. Así, la paz -oigo su aventura,
su frescor reluciente de
medalla-
ha caído en la mesa, no de
golpe,
sino lo mismo que la mano
del padre
preparada para una
bendición.
Del libro Los Pájaros.
Accesit del Adonais1965. Ediciones RIALP. Madrid.
INTRODUCCION A UNA SELVA INCIPIENTE.
(1970–1975)
No tengo deseos porque creo poseer.
Creo poseer porque no intento dar.
Cuando se intenta dar, se ve que no se tiene nada.
Rene Daumal.
astillado y abierto,
sacudido
por la propia hecatombe
de su círculo roto.
estallan rosas,
destrózanse
alegrías, irrumpen sustos,
hasta que a veces
liba el desamparo.
y su tiniebla,
su oscuro
gotear de nada
sobre la lengua que arde;
oh de cerrado círculo,
sólo montón helado
en el final
del grito.
Oh,
el oh puro,
cerrado de la desesperación.
cerrado de la desesperación.
Estaba
arriba la cabeza,
poderosa matriz de frescos lagos,
herramienta portátil del concepto,
corazón y reloj de las ideas.
Arriba, la cabeza,
libre,
en su lugar de vuelos,
de gaviotas y sueños,
dirigiendo el acorde en el teclado,
amansando
las iras de los tigres,
poniéndole tobillo y vuelo al mar,
hembra al león,
algo de sal y azúcar a la sangre
para sacarle amor
a los estigmas:
poderosa matriz de frescos lagos,
herramienta portátil del concepto,
corazón y reloj de las ideas.
Arriba, la cabeza,
libre,
en su lugar de vuelos,
de gaviotas y sueños,
dirigiendo el acorde en el teclado,
amansando
las iras de los tigres,
poniéndole tobillo y vuelo al mar,
hembra al león,
algo de sal y azúcar a la sangre
para sacarle amor
a los estigmas:
odio,
putrefacción, negra miseria. Arriba,
un son,
Arriba,
un son,
pezón
y soplo
en
incesante fluir de cataratas,
chispa
que surge en fuego de palabras,
diccionario
de cosas:
algas,
ruido de mar
y
pentagrama
de
lluvia,
mas
un pueblo de contactos,
itinerario
de
calles donde el hombre deja
salir
el alma a ver el universo,
su
viviente sorpresa de astros,
su
estallido
de
espumas en la noche.
Abajo,
todo el árbol,
agarrándose
al agua y sus silencios
donde
germina
la
raíz violenta
tejiendo
sus conquistas y sus frutos,
su
armonía de flora:
el
hombre,
mitad
hierro, mitad espiga,
casi
andamio infinito en el ascenso
a
la bóveda azul
de
la esperanza.
De
abajo arriba laten las ideas
y
pronuncian discursos,
dicen,
arropan el objeto,
lo
configuran ostra, socavón,
aceite
o aceituna,
y
así viven,
y
así nacen al mar de la existencia
junto
al hombre del cardo y la paloma.
Mas
la cabeza
arriba
florecía,
y
el cuello,
como
línea de ascensión
PISAR
DONDE PISA EL HOMBRE
A
veces
piso
sin cuidado
donde
el hombre,
su
tierra de agarrón,
y
me conmuevo y quedo con los pies
en
forma de raíz oxigenando
mi
crecida,
PISAR DONDE PISA EL HOMBRE
A
veces
piso
sin cuidado
donde
el hombre,
su
tierra de agarrón,
y
me conmuevo y quedo con los pies
en
forma de raíz oxigenando
mi
crecida,
como las madres, parte arriba,
parte abajo,
raíz y fronda,
hoja de verde carne y lengua en vuelo,
meditación arriba,
lucha abajo,
bebiendo rocas, hebras de aguas dulces
y salinas,
bebiéndome las ubres
de
esto que es polvo en boca de la muerte.
A
veces
pienso
sin cuidado
qué
es el hombre:
¿canción
o tumba?,
¿Ulises
mentiroso o libro santo?,
¿telegrama
de amor
o
simple sapo?,
¿temperatura
de árbol
o
linterna en la raíz para ir creciendo?
A
veces
piso
con cuidado
donde
el hombre y me injerto en su realeza,
su
saña y su ternura,
su
región del nacer
y
el morir,
y
el intermedio:
(delicioso paréntesis de frutas,
de altibajos,
de minas y de vientos,
de guerra y paz
–y libertad–,
y un entierro al final verduzco y solo.)
A
veces piso
donde
el hombre
y
me siento a esperar,
y
viene el hombre
con
la paz en los ojos
y
se forja el abrazo
y
se dicen las cosas
como
nadie
o
nada
y
la raíz se otoña
y
así quedamos,
diciendo
cosas y esperando.
A PUNTO DE LLEGAR A ALBINONI
A Manuel y Ana Cuadrado.
Hay
roces de batutas
en
el aire,
hay
hebras musicales,
pero
mi corazón se enreda,
se
ensaliva de musgo y se endurece.
Y
soy un duro
manantial,
un cero
zurdo
intentando arder
en
cifra,
atándome
a lo inerte.
Pero
quiero librarme, y huido,
salir
del oro que es dureza, calle
sin
salvación cerrada al tránsito
y
al beso
y
al enigma
y
al silencio.
Verdad
muy clara es esta música,
violoncello
insistente,
línea
de manantial tendido.
Pero
nada resulta de este cálido
homenaje
que el viento me dedica:
un
apagón de cálculos me ciega.
¿La
música es un lecho
donde
uncirse,
una
mujer,
un
álamo encendido?
¿Qué
ataúd nos evita esta armonía
o
qué brizna de tiempo
nos
añade?
(La
luna se vacía y hay un parto
de
hilos que lo blanco anudan,
río
de luz para la tierra,
y
esto es lo cercano,
mas
no la música que el viento puebla.)
Quiero
decir
que
el hombre es lo que importa
en
esta noche de aguas y violines,
en
la que el tiempo
se
desploma en humos,
en
caracolas húmedas
y
nieves.
No
hay por qué definirse espíritu,
sólo
música intacta,
intocable
elemento sin contacto,
pues
el soplo de vida fue después,
cuando
la forma y el oído ardían.
¡Qué
humillación saberse sólo espuma,
invisible
reguero,
cuando
mi dedo da su tacto y vive,
sonoriza
una copa y vive el vidrio,
y
el párpado
gotea
lo
que el ojo
no
puede contener de la visión!
Sin
embargo,
la
música se tiende
y
en mi interior derrama su oleaje
de
peripecias lúbricas y centros
desarbolados,
cresterías
múltiples.
Hay
entonces un hombre
que
emerge de la música
y
vuela hacia el espacio,
un
agarrón, un ala:
tema
de tierra y soplo.
SÍNTESIS
DEL TIEMPO
Vienes
de la paciencia
de
un abrazo,
de
un quejido en la noche,
de
un roto puro;
vienes
de ayer y te quedas en hoy
para
mañana,
de
hombre vienes
para
ser hombre y encenderte.
Y
encendido caminas por mil lunas,
mil
pedazos
de
tiempo que son hojas
de
días, dalias de años,
calendarios
perdidos.
Esta
salina huida del ayer
te
viste de hoy,
de
rostro y apellido
y
eres hombre
en
la quinta dimisión
del
miedo, hombre y labio polvoriento,
hombre
y espada
y
llanto que se parte.
¡Qué
trágico morir
es
este día
del
nocturno nacer!
Abres
tus ojos,
parpadeas
un poco con el viento,
surge
la inundación de luz que es agua
por
el cuerpo en crecida hasta los dedos,
tocas,
palpas,
conoces
con temblor,
besas
con claridad,
y
el tacto acude
allá
donde lo llamas para herirte
de
cosas y de espumas,
de
veloces
espumas
de alegría para el llanto.
Y
la crecida aumenta
hasta
el escombro,
un
escombro morado,
lívido,
exacto,
escombro lleno de minutos,
que
sordamente avanzan
como
raíces
cada
vez más lejanas de las ramas,
donde
el fruto
concluye
su evasión
y
el ojo atento lo valora, y ciñe,
mientras
la ruina invade
la
raíz
antes
del cataclismo de su asfixia:
muerte
se llama esta hecatombe
y,
en el hombre,
salida
hacia
qué...
Quédase
así florido el polvo,
caído
el
hombre y el mañana en verso,
en
poema sin agua
y
en derribo.
SOLEDAD COMPENSADA
A Paqui Mª García Hellín
No
estoy solo,
no
solo sino amando,
calándome
los huesos,
(lo
más recóndito y hermoso)
de
amor,
de
soledad cuando me aman,
porque
el amor prescinde de lo vario,
de
lo múltiple ignoto
y
se concentra,
se
hace gota en el mar
y
gota sola
cuando
el sol la denuncia entre la espuma,
gota
entre mil,
la
distinguida,
iluminada,
tersa
de luz,
blanca.
Nada
hay más solo que el amor...
y
Dios,
y
la isla que emerge en el océano
abrazada
por luz marina.
Amor
intacto
y
solo en el exilio,
que
es un vuelo de dos
para
tenerse,
posesión
entregada,
donación
poseída
y un beso para el tiempo
en
las alas prendidas
de
los labios.
Dos
alas,
dos,
de
comunión,
de
esférico relieve conjugado,
sólo
tacto sin voz,
esfuerzo
de empujón hasta los dientes
para
llenar de brillo las esferas
salinas
de los cuerpos,
que
se funden,
que
se anillan en libertad y fuego.
Emana
así un aria de agua,
un
lodo apetecible en movimiento,
sin
combustión,
pero
encendido;
la
dicha se derrama y hay un éxtasis
que
nubla los espacios y aletea,
y
el amor es un río
que
se acerca,
el
amor es un solo
de
dos
en
el espacio.
En
el espacio,
un
roce de armonía,
un
bello cataclismo de ebriedad:
pájaros
tal vez,
pájaros
al ciento
por
el cuerpo volando hacia la boca,
concentrándose
allí
en
puro enjambre,
permitiéndole
al pico
propagarse
entre
el canto y la hierba
y
el silencio.
El hombre
pensó
a Dios
y el Brote Fue
tras haber sido;
su soledad
se vio poblada,
tuvo con Quien hablar
y Fue el Diálogo,
conjunción
de la voz
y las miradas.
A
veces
pienso
sin cuidado
qué
es el hombre:
¿canción
o tumba?,
¿Ulises
mentiroso o libro santo?,
¿telegrama
de amor
o
simple sapo?,
¿temperatura
de árbol
o
linterna en la raíz para ir creciendo?
A
veces
piso
con cuidado
donde
el hombre y me injerto en su realeza,
su
saña y su ternura,
su
región del nacer
y
el morir,
y
el intermedio:
(delicioso paréntesis de frutas,
de altibajos,
de minas y de vientos,
de guerra y paz
–y libertad–,
y un entierro al final verduzco y solo.)
A
veces piso
donde
el hombre
y
me siento a esperar,
y
viene el hombre
con
la paz en los ojos
y
se forja el abrazo
y
se dicen las cosas
como
nadie
o
nada
y
la raíz se otoña
y
así quedamos,
diciendo
cosas y esperando.
A PUNTO DE LLEGAR A ALBINONI
A Manuel y Ana Cuadrado.
Hay
roces de batutas
en
el aire,
hay
hebras musicales,
pero
mi corazón se enreda,
se
ensaliva de musgo y se endurece.
Y
soy un duro
manantial,
un cero
zurdo
intentando arder
en
cifra,
atándome
a lo inerte.
Pero
quiero librarme, y huido,
salir
del oro que es dureza, calle
sin
salvación cerrada al tránsito
y
al beso
y
al enigma
y
al silencio.
Verdad
muy clara es esta música,
violoncello
insistente,
línea
de manantial tendido.
Pero
nada resulta de este cálido
homenaje
que el viento me dedica:
un
apagón de cálculos me ciega.
¿La
música es un lecho
donde
uncirse,
una
mujer,
un
álamo encendido?
¿Qué
ataúd nos evita esta armonía
o
qué brizna de tiempo
nos
añade?
(La
luna se vacía y hay un parto
de
hilos que lo blanco anudan,
río
de luz para la tierra,
y
esto es lo cercano,
mas
no la música que el viento puebla.)
Quiero
decir
que
el hombre es lo que importa
en
esta noche de aguas y violines,
en
la que el tiempo
se
desploma en humos,
en
caracolas húmedas
y
nieves.
No
hay por qué definirse espíritu,
sólo
música intacta,
intocable
elemento sin contacto,
pues
el soplo de vida fue después,
cuando
la forma y el oído ardían.
¡Qué
humillación saberse sólo espuma,
invisible
reguero,
cuando
mi dedo da su tacto y vive,
sonoriza
una copa y vive el vidrio,
y
el párpado
gotea
lo
que el ojo
no
puede contener de la visión!
Sin
embargo,
la
música se tiende
y
en mi interior derrama su oleaje
de
peripecias lúbricas y centros
desarbolados,
cresterías
múltiples.
Hay
entonces un hombre
que
emerge de la música
y
vuela hacia el espacio,
un
agarrón, un ala:
tema
de tierra y soplo.
SÍNTESIS
DEL TIEMPO
Vienes
de la paciencia
de
un abrazo,
de
un quejido en la noche,
de
un roto puro;
vienes
de ayer y te quedas en hoy
para
mañana,
de
hombre vienes
para
ser hombre y encenderte.
Y
encendido caminas por mil lunas,
mil
pedazos
de
tiempo que son hojas
de
días, dalias de años,
calendarios
perdidos.
Esta
salina huida del ayer
te
viste de hoy,
de
rostro y apellido
y
eres hombre
en
la quinta dimisión
del
miedo, hombre y labio polvoriento,
hombre
y espada
y
llanto que se parte.
¡Qué
trágico morir
es
este día
del
nocturno nacer!
Abres
tus ojos,
parpadeas
un poco con el viento,
surge
la inundación de luz que es agua
por
el cuerpo en crecida hasta los dedos,
tocas,
palpas,
conoces
con temblor,
besas
con claridad,
y
el tacto acude
allá
donde lo llamas para herirte
de
cosas y de espumas,
de
veloces
espumas
de alegría para el llanto.
Y
la crecida aumenta
hasta
el escombro,
un
escombro morado,
lívido,
exacto,
escombro lleno de minutos,
que
sordamente avanzan
como
raíces
cada
vez más lejanas de las ramas,
donde
el fruto
concluye
su evasión
y
el ojo atento lo valora, y ciñe,
mientras
la ruina invade
la
raíz
antes
del cataclismo de su asfixia:
muerte
se llama esta hecatombe
y,
en el hombre,
salida
hacia
qué...
Quédase
así florido el polvo,
caído
el
hombre y el mañana en verso,
en
poema sin agua
y
en derribo.
SOLEDAD COMPENSADA
A Paqui Mª García Hellín
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