13 de enero de 2015. Martes.
SOLEDAD, TAN CRUDA
Soledad, tan cruda, en el jardín. F: FotVi |
-He vuelto; otra vez. Siempre vuelvo. Cada vez leo menos a los de ahora
y más a los de siempre. Siempre vuelvo a leer a Dios en la Biblia (o lo que no
es nacionalismo bíblico) y a Grecia en sus filósofos y en sus poetas; más en
sus filósofos. Y a España, en Cervantes y Quevedo, con Juan de la Cruz y Borges,
y Ortega y Neruda, y ese «don ebrio» que fue (y es) Claudio Rodríguez, todos
ellos asomados siempre al balcón de la excelencia, de lo innombrable, de lo que
sólo unos pocos, tocados por un aura divina, pueden decir y contar, con luz … (Borges
y Neruda, aunque de Argentina y Chile, por la lengua que hablaron y en la que se
sintieron magos de la palabra, del lenguaje, hasta morirse en él y seguir viviendo,
son españoles). ¡Me cuesta tanto leer repeticiones o bodrios envueltos en papel
de celofán! ¡Estos bodrios y repeticiones de ahora! He vuelto al Banquete de Platón, y he vuelto al regocijo
de los discursos de Pausanias, Aristófanes, Agatón, Sócrates, el más brillante,
sobre Eros y el amor... Amor, dice Platón (haciéndose eco de la teoría de una
tal Diotima), es el deseo de cosas
buenas (la belleza) y de la felicidad, con la aspiración de alcanzar, amando,
la inmortalidad. Qué bellas y terribles cosas dicen los sabios, y con qué sencillez
y grandeza avisan de que vivir es hermoso, sobre todo en un simposio (sympósion, o tiempo de las bebidas),
luego de haber comido bien. Si me dejan, Diario, viviré entre libros, sencillos
unos (ejemplo: los tebeos) e importantes otros; también entre los libros litúrgicos,
en los que se reviste de cercanía el misterio, la trascendencia, pues los
libros, además de avivar mis sueños, alivian mi soledad, tan cruda, por invernal
(20:03:42).
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