28 de diciembre de
2018. Viernes.
INOCENCIA
Asombrado de contemplar, en Torre de la Horadada. F: FotVi |
-No es lo mismo
inocencia que inocente. A veces pienso: «¡Qué hermoso fue vivir en la inocencia!».
Inocencia, que, eliminados los sinónimos de ingenuo, cándido, simple, bobo
(inocente o inocentón), y algún otro, también es llaneza, espontaneidad,
franqueza, sinceridad, perplejidad, asombro, libertad. Me encanta la época en
que el niño vive solo para descubrir cosas, cosas que una y muchas veces mira y
toca, y juega con ellas, hasta gozarse en su realidad. Dejó dicho el dramaturgo
Tom Stoppard: «Si llevas tu infancia contigo, nunca envejecerás». La infancia,
como libro abierto en la vida, como principio de los sueños, como acicate para
ir hallando nuevos horizontes en los que crecer y creer. La niñez es el tiempo
de la fe verdadera. Se cree en todo aquello que se sueña, aunque luego la
realidad rompa, como un espejo, el sueño. Pero quedan las esquirlas, los
fragmentos que pueden recogerse, y esos trozos del espejo, contemplados como
cuando niño, te hacen rejuvenecer. Maravillarte. Volver al primer día en que
viste las cosas y supiste cómo llamarlas, le pusiste nombre, creíste -absorto-
poder dominarlas. La inocencia: o la luz para la vejez. Hoy, día de los Santos
Inocentes (o los Santos de la Inocencia), imploro a mi niñez que vuelva a mí,
para que, cogido de su mano, me conduzca al país donde todavía viven los sueños,
se ejercitan, ríen, lloran, hacen vuelos, hasta que, en el castillo de la
fantasía y del aprendizaje, de la fe y la esperanza, de la expectación, te
hacen dar con la verdad, y redimirte. Todavía, Diario, en la niñez –mi niñez de
entonces–, estoy Esperando a Godot,
aunque sin angustia ni desesperación, sin atisbos de crueldad, solo colmado de esperanza,
pues sé que la niñez vuela, y, en el vuelo, crece, y crea más vuelos, aunque no
lo vean así los que aún esperan a Godot, que ahí siguen: negándose a sí mismos y sus circunstancias (11:44:42).
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