17 de mayo de 2025. Sábado.
DIOS Y EL BESO SE ENCUENTRAN
DIOS Y EL BESO SE ENCUENTRAN
Mirando cómo las piedras de travertino desean besar el cielo. Valle de Göreme. Capadocia. Turquía. (FotVi-2013) |
Al despertar, asomado al
balcón y con los dedos en los labios, tengo la costumbre de enviar un beso al infinito,
como un signo jubiloso y agradecido de fe y amor al Creador. Costumbre de mi
madre, que yo sigo.
Al enviar el beso, mi boca sabe a claridad y cercanía; y un
temblor celebrativo me recorre todo el cuerpo. «Dios –pienso– habita en mi
boca», y procuro que todo sea en mí, desde donde están mis pensamientos hasta
las plantas de mis pies –mis pasos, aun los perdidos–, alabanza y acción de gracias por vivir, por
ser, por latir.
El beso, que asciende y aletea sin alas, sabe del Dios que baja
y, a mitad de camino, Dios y el beso se encuentran, se abrazan y se saludan con
el abrazo de la paz, sin ruidos, sin aplausos, sin vanidad.
Y es que como dice
el Papa León XIV: «Dios no grita, Dios susurra», y nada más hermoso que el
susurro de un beso que da en Dios y es devuelto por Dios. Nada igual, Diario, para
probar y gustar: sabe a «miel silvestre».