Ayer amanecía así en Murcia, perfecto. |
-Con un pie en el estribo del tren de la vacación, levanto el brazo y me despido de ustedes, querido amigos. Con una lágrima de regocijo en los ojos y la mano en alto, digo adiós y, con el pitido de la máquina del tren, me pongo en marcha. La velocidad emborrona el paisaje, y yo, repantigado en mi asiento, abro un libro, El Principito, de Saint-Exupéry; me adentro en sus aventuras y vengo a ser un niño como él, que nace de los sueños y se realiza soñando. Como él, amo a una flor y un amigo, el Zorro, el tierno animal que a veces me aconseja. En estas estoy, cuando llego a la parada de la vacación y me echo en brazos del descanso, la lectura y algún verso que se me ocurra; es decir, vaco, huelgo, vivo en reflexión y contemplación, de la que dice San Juan de la Cruz que es «secreta, oscura, amorosa», y tierna, digo yo, pues me concentra en mí y me libera. Diles, Diario, que volveremos pronto, que no nos abandonen; diles que, como el Principito a la rosa de su asteroide, los amamos mucho. Y gracias por todo.