2 de abril de 2016.
Sábado.
LLENAR
SILENCIOS
Inocencia y luz, en el parque. Torre de la Horadada. F: FotVi |
-Yo rezo. Es un modo de llenar los silencios y vacíos
que me acechan. Rezando, salgo de mí, como el pájaro que canta, y, aunque no vuele,
aleteo, vibro. Valoro el rezo por lo que tiene de liberador, de esperanzador
más allá de las palabras. La palabra, tras los labios, no es palabra, hasta que
salta y se hace pasión o treta o cosa en la cosa que se dice. La palabra dicha
es un salto hacia aquello que se dice, identificándolo, recreándolo, significándolo,
para que viva. Vive lo dicho en sí mismo y en la boca que lo dice. Hoy mi rezo
ha viajado al parque de Lahore, en Pakistán, para hacer mía su tragedia. Un
atentado islamista: setenta y dos asesinados, sacrificados, de entre ellos, 29
niños. Tras el aullido de la muerte, en un parque en el que se celebraba un
aleluya, la resurrección de un tal Jesús de Nazaret, la inocencia es derramada,
profanada, hecha coagulo de sangre en la tierra. Y en nombre de un dios
talibán, adolescente (por lo visto) en misericordia, y que invita -dicen- a aniquilar
infieles. Buscaban matar cristianos, y con ellos inmolaron musulmanes. Son así de
fanatizados, así de ciegos, de mármol, sin latidos. Yo, hoy, con mi palabra -mi
rezo-, ruego por los cristianos y musulmanes sacrificados; y, con Ezequiel, el profeta,
Diario, pido que cambie a los asesinos su corazón de piedra por uno de carne, libre,
habitable, donde resida el Dios de la misericordia y no el dios del odio, o su Júpiter
particular, insensible y apesadumbrado, tronante (21:44:10).
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