22 de junio de 2016. Miércoles.
EL
ÁRTICO ATERIDO
En concierto, pidiendo la protección del Ártico. |
-Se me llenan los ojos de luz y de música, entre
la nieve. La nieve, en sí misma, ya es música, acordes blancos, ritmos
enloquecidos de misterio, caída sosegada de lo limpio en el atrio de la
belleza. Ludovico Einaudi toca para el silencio el Elegy for the Artic (Elegía por el Ártico), mientras un mundo de fragilidad
se viene abajo tras él. Suena el piano y la fragilidad se rompe, como una
vidriera de iglesia gótica. Y, con la fragilidad -la nieve acumulada, o
glaciares eternos-, se rompe el mundo. Este mundo nuestro donde vivimos, donde
nos acostamos y levantamos con sueños, donde, generación tras generación, vamos
dejando atrás nuestras huellas. Huellas de amor o huellas de perdición; huellas,
en todo caso, que hacen la vida del mundo, la estructuran, la concretan. Esta
vida, que consiste, al fin, en dejar algo tras de ti. Aunque sea un verso, un
árbol, o un hijo; algo hermoso. Aunque también haya quien deje un montón de cólera
u odio, como quien deja una señal de pus y estiércol. Son los que no oyen la
luz ni ven la música; los sordos de luz y ciegos de música. Oír a Ludovico
Einaudi tocar el piano en la desolación portentosa del Ártico, es un ejemplo de
cómo un ángel blanco puede sobrevolar sobre el mundo y hacerlo habitable, o, al
menos, menos agresivo. La paz, Diario, nace del piano de Ludovico Einaudi, como
el silencio en esta soledad tan inmensa del Ártico aterido (12:03:11).
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