10 de septiembre de 2016. Sábado.
RESPLANDEZCAMOS
A la deriva, en Los Alcázares. F: FotVi |
-La fragilidad de la vida nos toca cada día,
avisándonos. Como dioses en miniatura, nos creemos imperecederos, sublimes, y,
sin embargo, el barro del que estamos hechos acude a nuestras heridas, y las
delata. Cada día, por una u otra causa, se rompe una vasija, y nos llena de
estupor el trance. Vidas rotas en el mar, en un accidente, o la muerte misma de
todos los días, la que nos sorprende jugando a los dados o planificando un
viaje a las estrellas. Ayer fue en O Porriño, antes en Santiago de Compostela, todos
los días en Siria, en Irak, en el punto más inverosímil de cualquier carretera
del mundo; y hoy, no sabemos. La muerte «no se sabe», ni cuando llega. La
muerte es un «un no saber», que electriza la mente y -de ordinario- la enferma de
miedos. ¿Qué es y qué hay después de esa bella vasija rota que es la muerte?
Para el creyente, Dios; para el no creyente, la nada, el «no estar»; para el no
creyente todo se disuelve en el todo, como un azucarillo en el café. O en la
nada, en la que no cabe ni el café. En todo caso, nos queda la esperanza. O el
«seamos optimistas», resplandezcamos. En el relato Deutsches Requiem, del libro El
Aleph, de Jorge Luis Borges, dice Otto Dietrich, que va a morir: «Que el
cielo exista, aunque nuestro lugar sea el infierno». Me condeno, viene a decir,
pero existo, no me diluyo en el absurdo, soy. La muerte, Diario; o la expectante
angustia de tener que esperarla, pues llega sin aviso (20:48:51).
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