22 de septiembre de 2016. Jueves.
UN LAMENTO DE
LIBÉLULA
Lamento de libélula, en el jardín. F: FotVi |
-Se me aparece la paz, vestida con un lamento de libélula.
Es una palabra, que como el otoño, se viste de hojas caídas. La paz -como
aquella princesa de Rubén Darío- está triste, ya que es «la libélula vaga de
una vaga ilusión». Una libélula, o la fragilidad, la duda. Una vaga ilusión. Ayer
fue adulado, celebrado, el Día Mundial de la Paz, una paz en guerra. Guerra en
Siria, guerra en Afganistán, guerra en Iraq, guerra en Yemen, guerra en el mar,
donde mueren los empujados, por las guerras, a huir. Cuando la paz es un
castillo de naipes, se celebra el día de la paz. Con pompa y solemnidad, con
discursos engreídos, llenos de falsedad. El mundo, decía el Papa Francisco en
Asís, «tiene una ardiente sed de paz». Pero el mundo olvida, mira hacia otro
lado, porque el mundo vive en «el paganismo de la indiferencia». La
indiferencia, ese pecado blanco, agua con limón, nada con nata, que nos hace
ser apáticos con lo que no nos toca, con lo que pasa a nuestro lado clamando
pero sin rozarnos, y nos deja desganados; lamentándonos, pero tibios. Sin armas
pacíficas -como el diálogo, el respeto al prójimo, el mirar un poco más allá de
nuestros propios intereses, mirada que alcance horizontes nuevos, iluminados-, no
habrá paz en el mundo. Con estas ausencias en el corazón del hombre, la paz
será como un bello sueño, que al despertar, se borra, enmudece, se hace tierra
baldía, sin nada que cantar. Día de la paz, Diario, o día de la volatilidad
(12:21:35).
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