25 de diciembre de
2017. Lunes.
MAMÁ
NOEL
Papá Noel, leyendo, en mi mínima biblioteca, en Murcia. F: FotVi |
-Anoche, fui feliz
cenando con mis amigos -¡mis amigos!- de la Casa Sacerdotal. Eran las ocho y
media y ya estaba todo preparado. Dos señoras se sacrificaron por nosotros. Dos
ángeles con gorrito de Papa Noel. ¿O eran mamá Noel? Pero entramos en el
comedor y -con los villancicos- nos aguardaban también trece gorritos de Papá
Noel. Con su bolita blanca, que, al ponérnoslos, nos llegaba hasta la oreja, donde
se oía la Navidad. Y no os engaño, no soñaba: se oía la Navidad. La Navidad
está en cualquier detalle que una y hermane, ya en las miradas, ya en los
gestos. Rezamos y disfrutamos de unos manjares -líricos y reducidos, nos podían
alterar la anciana salud de la mayoría de los comensales-, que nos llevaron al
final de una noche feliz, por navideña. Yo, entonces, pensé en los
mutilados del placer de la cena familiar: o por carecer de familia o por faltar
la cena. Me acordé de los desheredados, de los desplazados, de los descartados,
de los carentes de paz, de los niños que no tiene lunas con que hablar, ni -como
dice el poeta- caballitos de cartón en los que galopar. Me acordé de los pobres
de la calle, pues ellos son, cuando se tapan con hojas de periódico y duermen
en cualquier portal del belén de cualquier ciudad, el nuevo Nacimiento del
Jesús de hoy, que sigue naciendo en lo menos digno de esta sociedad, pero donde,
sin embargo, Dios habita. En la pobreza, o esa joya de la corana de Dios, y de
su reino de la cruz. También se vive de nostalgias, y, sobre todas, de la
nostalgia de Dios, que siempre aparece en lo más disminuido y humillado, en lo
más derrotado. En la noche santa, pues, Diario, cenamos pan y fraternidad, y
alegría comedida, pues los años cuentan, y nos contienen (13:15:04).
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