31 de diciembre de
2017. Domingo.
DOCE
GOLPES DE RELOJ
Luces y sombras, en el año 2018. F: FotVi |
-Con un pañuelo al aire,
despido este año 2017. Se va pilotando este artilugio que llamamos tiempo, como
un espejismo. Visto y no visto: un espasmo. Todavía ando con el último grano de
uva del año 2016 en la boca y ya me contemplan desde el plato -como ojos de buey
rendido- los 12 de este 2017. Uvas, que son un momento de dulzor y un más
dilatado ejercicio de paciencia: eliminando huesos y hollejos, contrariedades
estas de sabor más amargo. Doce golpes de reloj y doce uvas, sin atragantarse; así
medimos el tiempo, que siempre está yéndose, y nunca vuelve la vista atrás. Nada
vuelve, salvo los recuerdos, que siempre andan bullendo y dando con los
nudillos en el lugar que ocupan detrás de los ojos. Para despertar a los ojos,
y al sentimiento, y, a veces, llenarlos de alguna lágrima encendida. Decía
Platón en el diálogo Timeo, que el
tiempo es un imitador de la eternidad, o la imagen móvil de la eternidad. Moviéndonos
en la eternidad, como esas tormentas de nieve que se agitan dentro de una
esfera de cristal. Esta noche, entre aleluyas tristes y plegarias laicas, con
los ojos llenos de sueño y vidrio, despediremos al viejo (2017) y recibiremos
al niño (2018). Y Dios, poblando nuestra fe, con luces de esperanzas nuevas (y alguna
vieja); y el amor, Diario, insistiendo en el costado, sin desfallecer, porque
el amor, como dice la Escritura, es la atadura perfecta, que no esclaviza (18:13:05).
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