25 de abril de 2016.
Lunes.
DECIR
DOS VECES
Al escribirla, tiembla la luz, en Lo Pagán. F: FotVi |
-Dos días sin escribir es mucho silencio. Dos días sin
decir a las palabras os necesito, os amo, os doy, os recibo en mi casa, me voy
a vuestra casa, os toco, os lato, sois mi templo, es una temeridad, por si
decidieran olvidarme e impedir así poder urdir sueños y decir: «¡He hablado
palabras escritas!»; o mejor: «Me han hablado las palabras que he escrito». Porque
decir y escribir palabras es permitir que las palabras se encarnen en ti, al
tiempo que tú vives encarnado en lo que significan. Como la rosa vive en la
palabra, tú, al escribirla (escribir es decir dos veces), vives en la rosa, y
la rosa, a su vez, en ti. Es una sublime correlación, amorosa. Ida y vuelta de
la palabra al objeto y del objeto a ti. En estos dos días he dicho muchas
palabras, sobre todo evangélicas, y con el temblor o la sacudida que siempre me
acompañan al decirlas. Desgranar como espiga el evangelio, y darlo trigo, y
que, plantado, prenda en la tierra del alma, se me antoja, al cabo de los años,
tarea que asusta. Ya sé: la fuerza del Espíritu que alienta. Pero esto no impide
que me siga aterrorizando enfrentarme al hecho de, tratando de hacer ver que no
son mías, poner palabras de Dios en mi boca. La palabra de Dios sonando en mi
boca, y me estremezco, y me asoma el sudor a la frente, como miedo que gotea. Hoy,
por fin, he escrito; es decir, he hablado dos veces, y he contado estas cosas,
que, quizá, Diario, no te interesen, pero que a mí me libaran de la atroz soledad
de no escribir las palabras que, escritas, mejor escucho (20:43:32).