1 de enero de 2017. Domingo.
UN NIÑO DENTRO
Soñando sueños, en Múnich, Baviera, Alemania. F: FotVi |
-Lo que me duele es dejar de ser un poco niño en cada
año que se va. Cada año que pasa, me quita una esquirla del niño que fui. Y con
esa esquirla de niño, me quita también un poco de la capacidad de asombrarme, de
turbarme ante la inmensidad de las cosas que vivo cada día. Ejemplo: la
inmensidad de una gota de agua o de una galaxia, la de un sí o un no, la de poder
reír o llorar. O la de ir muriendo el niño y creciendo la ficción de ser mayor.
Por algo exclamaba Kobayashi Issa, poeta japonés, inventor del haiku: «¡Ah, ser
como un niño el día de año nuevo!». ¿Decía esto porque cada año nuevo volvía a ser
niño o como lamento porque se le iba escapando entre los dedos de los años,
como una bola de jabón, el niño que había sido? Perder el niño que fuimos: posible
ruina del nuevo año que empieza. Aparte de la euforia que causa saltar de un
año a otro, perder el aroma y el enigma de lo niño en la noche vieja del año
que se va, es un monumento a la tragedia humana que se avecina. Porque una
persona mayor, sin un niño dentro que lo anime al asombro y al embeleso, es, Diario,
un huérfano de esquemas de sueños, que se muere de soledad intelectual (18:52:32).