27 de octubre de 2013. Domingo.
COMO LA PALOMA
Humildad, en el jardín. F: FotVi |
-Si Dios no lo
remedia, el fariseo, en el templo, y puesto en oración, va a dejar en feo al
publicano; aquél habla del publicano como de un faltón, y él se queda en la
retaguardia de la inocencia, de la perfección complaciente.
Así
piensa el fariseo del publicano: es ladrón, injusto, adúltero, como si se
tratara de un prócer (dígase juez, político, banquero, simple carterista de
guante blanco, etc.), que mete la mano en todo y no merece, por tanto, más que
un escupitajo ético, o moral; un «vade retro», Satanás.
Por
lo que, mientras el publicano se humillaba (soy pecador, decía), el fariseo
galleaba de puro y recto, algo así como si Dios dependiera de él, y no él de
Dios. En realidad, la oración del fariseo es un reto a Dios: tú eres bueno,
pero yo… Y, como la paloma de Alberti, se equivocaba.
Al
final, Dios, valoró así a uno y otro: «Éste -dijo Jesús, el que hacía parábolas
para aliviarnos de teologías-, éste -se refería al publicano- bajó a su casa
justificado y aquél -el fariseo-, no».
Diario, se equivocaba, el fariseo (20:07:01).
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