13 de marzo de 2015. Viernes.
BIEN HALLADO
Quijote que leí de niño, edición año 1931. F: FotVi |
-Cuando son hallados los restos óseos de alguien (famoso o no), sucede
que o van envueltos en momia o son huesos que se manipulan con guantes para
evitar así untarse de la cal pudorosa de la muerte. O así me lo parece a mí. Es
decir, al igual que el paisaje del Carso en Eslovenia, vienen a ser algo así como
huesos kársticos, que irradian blancura. Los huesos no hablan, pero dicen. O
eso dicen. Han hablado -ejemplo- los huesos del hombre de Neandertal, así como los
de las momias en Egipto. Los huesos hablan de años y de costumbres, y hasta de
vicios y heroísmos, y los hay que viven (con circunspección de muertos) en
Museos. En los museos, se ven huesos que fueron cráneo, mandíbula, dedo, pierna,
y hasta oquedades donde miró el ojo o habitó la sabiduría. Oquedades estas terribles,
sin embargo, que inquietan. ¿Qué vio el ojo o qué supo el cerebro? Los hay que
dejaron por escrito lo que vieron sus ojos y lo que contuvo su cerebro; los llamamos
sabios; sabios de las letras o de las ciencias. Otros no escribieron, sólo
vivieron, que no es poco, e hicieron el bien; otros también lo hicieron, vivir,
pero sin dejar vivir. Son los tiranos y perversos, los execrables, hicieron el
mal. Ahora, en Madrid, y en un convento (el de Las Trinitarias), parece que han
sido hallados los restos de Cervantes, que, tras escribir El Ingenioso Hidalgo Don Quixote de la Mancha, murió en olor de
admiración y estupor literarios, tan grandes resultaron, Diario, el tal Don
Quijote y el que (concibiéndolo) lo parió (que diría el Hidalgo). Bienvenido, pues,
Cervantes, en tus huesos; lo que siempre queda, con el Ingenio, en el tiempo y el
espacio (20:44:47).
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