8 de octubre de 2015. Jueves.
VIOLINISTA DE LA
NOCHE
Violinista, en la noche. Año 2013. F: FotVi |
-Un mosquito y yo, o una
lucha de titanes. Hoy y otros días. Y siempre (o casi) puede conmigo el
mosquito. Hunde su estilete bucal en mi piel y deja su veneno en ella; veneno
irritado de comezón, como una quemadura. En el lugar del ataque, me rabia el
veneno del mosquito, iracundamente. Y no vale rascarse, la argucia del mosquito
es más poderosa que la voluntad de salir del trance de la picadura, de sus consecuencias
irritantes. Te rascas y desazona más. Pasa en la vida. Donde todo es
importante. También la picadura de un mosquito. De pronto me doy cuenta de que todo
el universo converge en la pequeña hinchazón donde el mosquito ha vaciado su
calentura. Una cosa tan leve, pienso, y desequilibra, hasta hacer insufrible este
instante (que debió ser bello) de mi vida. La belleza del instante, que es y pasa,
y no vuelve. Era yo niño y asistía a clase de Historia Sagrada. La creación.
Dios, a través, de la Palabra, disponiendo las cosas, decía don Francisco Hernández,
el profesor. Contaba como si dijera un cuento, con sencillez, e iluminando las
palabras. Las palabras tomaban vuelo en su boca e inducían. Cautivaban. En
clase había aves, peces en el mar, plantas, cosas. ¡Tantas!. Pero de pronto
dijo: «¿Por qué haría Dios los mosquitos, tan molestos?» Reímos, y el mosquito
quedó en nuestras mentes de niños como un bicho molesto, y violinista de la
noche. Así lo definió él. Un intruso en la creación. Luego he descubierto la
necesidad de que existan como alimento para otros animales, como las aves, los
peces, los reptiles. La vida, dice Jittawadee Murphy, es una cadena en la que
cada eslabón cuenta, por insignificante que sea. Por lo que deduzco, Diario,
que Dios hizo bien las cosas, aunque se le afee el no dejarse ver, y se le niegue,
a veces. Ya lo dijo el sabio: una ley lleva a otra ley, se abren puertas, y la última,
a la trascendencia (20:37:57).
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