14 de febrero de 2017. Martes.
ONDAS HERTZIANAS VOLADORAS
Captando ondas, en Torre de la Horadada. F: FotVi |
-Siempre hablo de la mañana: de su la luz, o del apagón
que supone un amanecer nublado; hablo de su esplendor o de su tizne, de su
alegría o su melancolía. Si la mañana es dulce, alegra; si acre, entristece. Es
como si se mordiera una naranja y un limón: si una naranja, se te llena la boca
de mariposas; si un limón, parece que mordieras hormigas feroces, todas hechas
un lío de patas en la boca, un nudo casi imposible de desatar. Pero ¿y de las
tardes? Apenas se me ocurre decir algo de las tardes. De las tardes limpias y coloreadas
o de las tardes hechas de oscuros y amenazas. Las más aptas para fotografiar,
sin embargo, son estas últimas, cuando el cielo parece desplomarse y se
convierte en una cortina de hollín que se cae sobre la tierra. Pensaba todo
esto ayer, mientras se celebraba el día Mundial de la Radio, la que corre por
los Cerros de Úbeda y pasa de valle a valle, metiéndose en cada rincón del
mundo como un dulce virus de palabras que silabean el bien o el mal, la paz o
la guerra, el amor o la destrucción. Y la hora. Recuerdo aquellas mañanas en
Radio Nacional del Sureste, cuando con Francisco Alemán Sainz hacíamos
artículos a medias: él un trozo y yo otro. Era como repartirnos un tesoro: una moneda
para ti y otra para mí, o intercambiar cromos. Se trataba de los artículos que
nos encargaba el director a media mañana. Los otros, los de cada día, mis
meditaciones, esas las llevaba yo bien hiladas y las decía, grabándolas, a las 7
de la mañana, durante cuatro años. Quiero decir, Diario, que yo también he
puesto mi granito de arena en esa aventura de las ondas hertzianas voladoras,
que, al dar en una antena, se quedan allí cogidas como el pez en el anzuelo, diciendo
cosas, con música, y humildes, con la humildad y la grandeza de la palabra (19:14:13).
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