16 de febrero de 2017. Jueves.
LECTURAS
Don Francisco de Quevedo, de serio. |
-A veces me pierdo en las lecturas, y es que uno, con
frecuencia, no sabe qué leer. Y más a mi edad. (¿Para qué leer tanto, qué vas a
saber más de lo que sabes? Recuerdo a mi madre allí sentada en aquel sillón
azul, pendiente de mis idas y venidas, y de si abría un libro o una carta, o si
me ponía a escribir o si quedaba en silencio contemplando la nada habitada, la
adversidad, los sueños: todo me lo llevaba cariñosamente en cuenta, con
discreción, con sabiduría de madre: la abuela Francisca). Cada día aparecen y
desaparecen libros como monedas o cartas en las manos del prestidigitador, libros
que aturden, o que deslumbran, o que simplemente pasan de largo, sin herir, sin
darte alas, con la inocencia de un papel en blanco. Pasas por el escaparte de
una librería y te quedas mirando títulos y más títulos, con sus colores y un
trocito de crítica siempre a favor, el último clamor literario, dicen las críticas,
el último hallazgo inmenso. Y me río. El escritor es el pintor de palabras que dicen
cosas, para que existan, para que luzcan; las amolda a un relato, a un poema, y
así se dicen, bellas y humildes, las cosas, que en el libro siempre te están
hablando. Los libros, aun cerrados, hablan, mientras meditan lo que llevan
dentro. Cada vez me cuesta más elegir un libro para leerlo: ¡son tantos los
libros y tan poco el tiempo! ¿Qué leer, me digo? Volveré a los clásicos, y me
fijo en Quevedo, en su Historia de la
vida del buscón llamado don Pablos, ejemplo de vagabundos y espejo de tacaños.
¿Para qué irte a buscar al bosque, Diario, que no te deja ver los árboles? (19:58:30).
No hay comentarios:
Publicar un comentario