16 de julio de 2017. Domingo.
LA
MAR PEQUEÑA
-Se abre la fiesta en
San Pedro del Pinatar, como se abre un libro. Con mimo, con dedos sabios y luz
en la mirada, con dedos de modular arcilla, dedos industriosos. Una fiesta de
tierra y mar, de Virgen y Salve marinera. La imagen de Nuestra Señora del
Carmen camina primero, como romera, de San Pedro a Lo Pagán; la sigue una
multitud, que entona vivas. Luego la suben a una barca para que ande sobre las
aguas de la mar pequeña (el Mar Menor, que, como dice el poeta, «un día soñó
con ser océano»). Como Jesús, aquel día de tormenta, en el lago de Genesaret,
cuando el miedo de sus apóstoles. El miedo, o ese bicho roedor que anda por los
ojos y por el cuerpo, y que, con gestos de abandono, te hace gritar. El miedo
empuja al grito y este lo expresa, lo dice; y si hay una mano entonces que te
coge y te salva del miedo, sacas el gozo y lo expresas, asombrado, con los ojos
muy abiertos. Hoy, al decir Carmen, se me hace la boca agua y música de cuerda el
corazón. Lo mismo que al mar, lo mismo que a miles de personas que han rezado
en silencio y que, en las recogidas aguas de este mar (que se nombra por lo que
es, Menor, sin ningún adjetivo más), han vitoreado a la Virgen y la han
celebrado con lágrimas y con aplausos, y con silencios. Los silencios de las
miradas y de la oración. El silencio de la contemplación. Silencio roto por la
Patrulla Águila, que la ha vitoreado desde el aire con sus acrobacias y los
colores de la bandera de España, como signo de otra adoración más etérea y
espectacular. Luego, de madrugada, Diario, la Virgen ha vuelto a San Pedro, con
más paz y menos ruido, pero pensando ya en la vuelta a Lo Pagán, el año que
viene…, si Dios quiere (11:16:39).
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