22 de agosto de
2017. Martes.
EL
ABUELO PACO
Acecha la ira, en el Etna. Sicilia, Italia. F: Google |
-Me imagino al abuelo
Paco empujando el carrito de su nieto Xavi. Tres años infantiles, absortos por la
visión de todo lo nuevo, sacándole efusiones al chupete, y conducidos por la mano
cuidadosa y vigilante de los cincuenta y siete años del abuelo. Y con la
familia como retaguardia hermosa, respirando claridad marítima. Una tarde de un
jueves soleado paseando por «la Barceloneta portuaria, arrevistada, marsellesa,
barcelonista, novecentista y populista de las Ramblas» (Francisco Umbral: Travesía de Barcelona). Pasear sin
escolta, sin bolardos, sin macetones con geranios, sin nada que te avise que
allí acecha el peligro, será muy liberal, pero terriblemente peligroso. Andar
por una sociedad en guerra, sin protección, es una temeridad y un ponerse del
lado de la muerte, a no ser que pase un ángel y te roce con las alas de la suerte
y te salve de la inmolación. Ahora todos celebran el éxito de su gestión -el
Gobierno de la Generalidad, los Mossos, la señora de la limpieza, el ujier que
sube el vaso de agua a la señora Colau-, todos se miran el ombligo y han
decidido que son muy listos y eficaces, sin dejarse impresionar por la muerte de
Xavi y su abuelo Paco, que contemplaba la tarde con ojos de niño para luego -hecho
él niño- contárselo al nieto, de tres años. Pero ¿y el antes? ¿Por qué ha
sucedido todo esto? ¿Y el prevenir para evitar tener que lamentarse después? No
entiendo tanta euforia, Diario, luego de contabilizar quince muertos, y, de
entre ellos, el abuelo Paco y su nieto Xavi, el niño de tres años que una malhadada
tarde de agosto, en las Ramblas, Barcelona, dejó de reír y llorar, dejó de
vivir. No entiendo… nada (20:22:54).
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