31 de diciembre de 2019. Martes.
LA CUNETA DEL TIEMPO
Una luz en la noche: el mañana. Torre de la Horadada. F: FotVi |
-Toco
una lágrima y es el tiempo (o lapso) que me avisa: «Un año menos», me dice. Y
la lágrima se evapora en mi dedo como el año que acaba. El tiempo no existe, es
una ilusión del relojero, pero es determinante en la vida, nos han dicho. Vamos
caminando hacia el final, acompañados por esto que llamamos tiempo, hasta que
un buen día se despide y nos deja tirados en el sepulcro: la cuneta del tiempo.
Tirados y sin nada a lo que agarrarnos, ni riqueza, ni prestigio, ni esplendor;
y solo (para el creyente) un Dios en lontananza, mirando, echándote una mano,
alentando tu vida para encontrarnos en la otra vida, que dicen que no es
tiempo, sino eternidad; es decir, otra cosa. Pero, tras este «año menos», el
tiempo nos regala un «año más», como regalo imaginario de la «nada» que es el
tiempo. Como en la Capilla Sixtina, Dios alarga su dedo, toca el nuestro, y nos
regala el año 2020, mientas suenan los pífanos y las trompetas, estallan los
cohetes y tratamos de aturdimos a nosotros mismos, para que parezca que la
alegría de pasar en el tiempo es entrar ya en la vida eterna, con la que, a
pesar del tiempo y de los achaques de la vida, soñamos. Es decir: la vida del
hombre, Diario, un sueño: pero «enamorado», que diría el cascarrabias de Quevedo
(12:19:26)