7 de enero de 2017. Sábado.
HORIZONTE
Mirando al horizonte, en Lo Pagán, Mar Menor. F: FotVi |
-En el día de la Epifanía -revelación, apertura, aurora,
luz-, leo que el Papa Francisco ha dicho que los Magos de oriente se pusieron
en camino hacia Belén, porque «tenían el corazón abierto al horizonte».
Horizonte, o el más allá que siempre es más allá, que nunca se alcanza, la
línea en que se perciben juntos -hasta que llegas a ellos- cielo y tierra,
para, una vez allí, encontrar que, esa conjunción táctil, casi sensorial, se ha
ido más lejos. El horizonte siempre está un poco más allá, siempre del otro
lado de la utopía. Los corazones libres y el horizonte se atraen, porque el
horizonte también es libre para, una vez que se ha sentido hallado, desplazarse
un poco más allá. El horizonte siempre está transitando, como un caminante con
sueños. Los Magos se dejaron guiar por su corazón y por la lejanía -el
horizonte, la estrella- y se encontraron con Belén. Y se dieron con un Niño en
brazos de su madre, un Niño al que adoraron, cayendo así en la cuenta de que allí
se paraba un horizonte y empezaba otro; allí se detenía un tiempo y se precipitaba
otro, el de la armonía (armonía:
amor) entre Dios y el Hombre. Dios, en la atalaya del hombre y el hombre, en la
de Dios: a un mismo nivel. Y no es verdad lo que dijera Ángel Ganivet, que «el
horizonte está en los ojos -¿en el corazón, tal vez?, ¿transitando de los ojos
al corazón?- y no en la realidad». Pues en esta ocasión, la realidad se hizo
horizonte -Emmanuel-, que los Magos pudieron tocar, adorar, amar. Esta vez,
Diario, el Horizonte no huyó, se mantuvo Niño en los brazos de su madre, para,
luego del llanto, reír, y consolar (18:46:10).