13 de febrero de
2016. Sábado.
UN
ABRAZO
Abrazo del milenio, en La Habana. Cuba. F: ABC |
-Dar un abrazo es
hermoso, pero preparar ese abrazo es alcanzar la excelencia. Ver crecer el
abrazo, ir forjándolo como la ostra la perla, es sublime. Como sublime sería
poder alcanzar y tocar la Luna con una escalera; es la historia que cuenta en el
relato La distancia de la Luna (en el
principio de los tiempos), Italo Calvino. Tierna y emocionalmente, escribe: «En
realidad, desde lo alto de la escalera se llegaba justo a tocarla extendiendo
los brazos, de pie, en equilibrio sobre el último peldaño». Estaba tan cercana
entonces la Luna, que casi se la podía tocar, así como oír sus latidos. Si
ponías el oído. Ayer, en la Habana, se escenificó un abrazo; histórico, dicen.
Como si fuera un sacramento, el Papa Francisco y el Patriarca de Moscú, Kiril,
se dieron un abrazo, de paz, que remedió el desencuentro y la lejanía de un
milenio entre las iglesias de Moscú y Roma. Ambas cristianas, y seguidoras ambas
de aquel Jesús de Nazaret, que pidió que todos fueran uno, para que el mundo crea que tú (Padre) «me enviaste». Los
abrazos rompen el hielo de las distancias y las simas del desafecto, aunque éstos
sean milenarios; la unidad afirma y deletrea la fe, la hace confesable, y explicable.
Pero este abrazo fue antes ensoñación y profecía: lo idearon y encarrilaron san
Juan Pablo II y Benedicto XVI, viéndolo crecer como se ve crecer la profecía
hasta que ésta se cumple. Jesús, antes de nada, fue profecía y, luego, realidad
hecha Verbo; Palabra que acampó entre nosotros y que habló y sigue hablando y
propiciando abrazos, Diario, como el de Kiril y Francisco, abrazos de evangelio
encarnado, evangelio que debe hacerse mientras se dice (20:35:19).