15 de abril de 2016.
Viernes.
UN
MENDIGO
Belleza de lo desvalido, en Tallín. Estonia. F: Joan Giner |
-Fue ayer; al salir del supermercado. Dentro, sonaba música
chirriante de rock, de rock sin roll; es decir, de rock sin posibilidad de
alabeo, de arqueamiento, tan anodino e insulso resultaba. A mí, que llegó a
impactarme el rock and roll de los años 50 (Elvis Presley), este otro rock de
rasgue de guitarras sin ton ni son, rock de plagio y voz merengue, me entristece.
Y eso que no siempre cualquier tiempo pasado fue mejor. Salía del supermercado,
y, en la puerta, tímidamente apartado, había un mendigo, de mirada triste. Sus
pertenencias, una bicicleta, una bolsa, un trozo de cartón plegado, para
dormir, me dije, y, en la mano, un vaso de plástico. Me detuve y le eché una
moneda, apenas nada. Me miró, hizo una inclinación de cabeza y me dijo: «Gracias;
Dios le bendiga». Muchas veces las palabras tienen más valor que lo que dicen (unas
veces braman y otras acogen, o desnudan, o se hacen deslenguadas en la lengua),
pero, en esta ocasión, las palabras del mendigo empequeñecieron aún más la moneda que había depositado en su modesto vaso de plástico, moneda que, tras la
sencillez y modo sereno y altísimo de dar las gracias, sonó a casi nada. Y entonces,
el mendigo lo fui yo. «Gracias; Dios le bendiga», dijo, como un himno de Laudes
instrumentalizado con música de Bach. Confuso, estuve por volver y darle yo a
él las gracias por su bendición y por su diferente y hermoso modo de agradecer.
Ya no se estilan estas palabras, que hasta llegan a acongojar la garganta. No
volví, y es algo que aún creo deber hacer; por lo que he decido intentarlo -si
me empuja el valor, Diario- con el próximo mendigo (12:50:03).