12 de abril de 2017. Miércoles.
RUMOR DE RAMOS
Rayo de luz, tras la tormenta. Torre de la Horadada. F: FotVi |
-Me da escalofrío
-aunque sé que es ineludible- la muerte en sí misma; pero más, la muerte que ocurre
sin esperarlo, como un fogonazo negro, terrible. Estás con la vida sintiendo
las cosas, amándolas, y, de pronto, la oscuridad te da en los ojos y te los cierra,
y quedas ciego. Quién sabe si tenías una oración en los labios o un sueño
detrás de los ojos: todo queda interrumpido, parado, es lo que les ha ocurrido
a los cristianos de las iglesias de San Marcos en Alejandría y de San Jorge en
Tanta, Egipto. Rezaban y, de pronto, la muerte los ha dejado sin palabras, quizá
con un «Señor» partido por la mitad, descoyuntado en la boca, muerto en la cruz
del odio terrorista. Supongo, que, aun roto y mutilado, esta palabra «Señor»
habrá llegado a los oídos de Dios sin trocear, intacta, aunque dinamitada. Pues
Dios -dicen- escucha todo lo que sentimos, aun antes de decirlo. Porque todo lo
que decimos con la boca, nace en el corazón. Como la semilla en la tierra. Lo que
sale por los labios, es ya corazón hecho palabra, rumor del alma, silabeo
interior. Cuando dices amor, antes, en el corazón, ya se ha producido el
incendio, la hoguera amorosa. Dios, Diario, seguro que, con el rumor de los
ramos, oyó la oración de los mártires egipcios, y los inscribió en el libro de la
vida (20:01:23).