5 de junio de 2017.
Lunes.
PALABRAS
EN LA BOCA
Y ardía el cielo, en Murcia. F: FotVi |
-El domingo se abrió con
luz, y palabras en la boca. Con fuego e ideas nuevas en la cabeza, y palabras
en la boca. Pentecostés; o el día en que las palabras arden. En Pentecostés, la
palabra se hace manjar que masticar, hueso de cereza que silabear. El Espíritu
Santo es el que, luego de pasarlas por el raciocinio y el corazón, pone
palabras en la boca. Como nos cuenta el profeta Jeremías de aquel día:
«Entonces -dice- alargó el Señor su mano y toco mi boca. Y el Señor me dijo:
Mira, he puesto mis palabras en tu boca». Poner palabras en la boca de otro, es
como hacer que un mudo hable. Que un
mudo pueda decir: amo (y
mirando a los ojos a la persona que ama), o tengo
sed (y quede maravillado ante la contemplación de la gota de agua que
oscila en la hoja). En este mundo de la intercomunicación, donde todo es postizo
y prestado con intereses, que gratuitamente te pongan una palabra limpia en la
boca y te digan: «¡Habla!», y lo hagas, hablar, y te sientas libre y sabio de verdad,
debe ser algo grande, increíble. Debe ser como lanzarte al lago del diccionario
y tocar sus profundidades y salir de ellas ileso e independiente, aunque, con
unas pocas palabras más que llevarse a la boca para decirlas o callarlas, o
simplemente venerarlas. En Pentecostés, y tras la recepción del Espíritu Santo,
los apóstoles -aquellos toscos hombres- «se pusieron a hablar otras lenguas», y
los que oían, las entendían. Fue como entrar en el diccionario de Dios, Diario,
y sentir sus palabras en tu boca y poderlas decir con fluidez y alegremente,
sin titubear (20:09:01).