26 de mayo de 2017. Viernes.
ERA
MARTES
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Piedras pulidas, en Salinas de San Pedro del Pinatar. F: FotVi |
-Era martes y las ocho
de la tarde. En San Pedro del Pinatar, con la brisa de la tarde, una gaviota graznaba
poemas duros bajo un cielo de canción azul. La gaviota con sus poemas, y yo -un
libro bajo el brazo-, con los míos. Estábamos convocados para la presentación
-su grito de salida- de Piedras rodadas.
O como dicen unos versos del libro: «Muchacha -¡mi palabra!- / desnuda, como
piedra / rodada entre diamantes, reposando en tu belleza». Piedras rodadas,
pues, las palabras, que se desprenden de la montaña del idioma y, caídas en el
riachuelo del lenguaje, lo van llevando hasta la mar de la comunicación, del
manifiesto, del poema, del alarido. La palabra, como una hoja de acacia,
tiembla cuando se la elige para ser escrita, que es cuando queda incendiada para
siempre. ¡Escribir una palabra! ¡Con qué sacudida lo hace mi mano! ¡Con qué
reverencia y temor! Y allí estábamos -Visi Martínez, alcaldesa, Paco Illán,
poeta, Pepe Criado, editor, y un servidor-, sirviendo a las palabras, honrando
a las palabras, para, hechas verso, recitarlas en poemas, hacerlas vuelo eterno,
en libertad sin fin, alentando la paz, la vida, la justicia, la libertad. Que
la poesía es invencible, porque es eterna, y queda como verso conciso, desnudo,
dulce unas veces, hiriente otras, siempre vigilante, y desvelado. Y había abundantes
amigos, Diario, que querían escuchar: hasta unas niñas de pocos años, Sandra, Irene,
Saray, Eva, que me miraban con ojos absortos, seguramente si entender nada, paro
embelesadas por oír cómo sonaban las palabras, como con una música distinta, con
melodía de salmo o canción de cuna; en todo caso, sugerentes, atractivas, y hermosas
(12:48:12).