¡DUELE TANTO LA SOLEDAD!
-La soledad es ausencia, abandono, dejadez, egoísmo a veces. La soledad, con el tiempo, se convierte en dolencia. ¡Duele tanto la soledad! Es la enfermedad del olvido. Alguien recuerda, ama, pero al otro lado hay un ser distraído y lejano, ausente, que se fue alejando de la familia o del otro sin haber dicho «ahí te quedas, me voy». Sin embargo, hay una soledad buscada, creativa, que se llena de flores en primavera: ejemplo, la soledad de la raíz. O la soledad del escritor, que junta palabras y con ellas hace versos o narra cosas. Escribe vida –que es tragedia y comedia– y belleza. No es ésta la soledad de la que yo hablo. Hablo de la soledad que destruye, la que amarga como un bocado a un gajo de limón, la que duele y mata. Aunque hay sin embargo otra soledad luminosa, viva, arrebatadora: la que te hace ser amigo íntimo de Dios, y hablarle sin palabras, y escuchar –contemplación– sus silencios. Cada día examino mi soledad y descubro que, en esta soledad, hallo cosas que decir, y a Dios a quien rezar, y los silencios a los que exponer mis silencios, y llenarlos así de compañía, no dejándolos vacíos de amor. De este modo, Diario, he logrado amar la soledad y que soledad me ame a mí, con el silencio de Dios, con el que hablo y escucho (12:03:57).