11 de agosto de 2016. Jueves.
MIEDOS
Se prepara la tormenta, en Salinas de San Pedro del Pinatar. F: FotVi |
-Anoche, me dicen, hubo un ventarrón, como un soplo
furibundo de los dioses del viento, los Anemoi griegos. Esta noche ha soplado
el Noto, que viene del sur y trae las tormentas y el miedo a lo violento. En la
oscuridad de la noche, las tormentas asustan, destrozan el buen ánimo, meten el
miedo en los huesos. Son tormentas exteriores que entran en el interior de
nosotros y nos aniquilan, o eso pensamos. Recuerdo que de niño las tormentas
hacían que me enrollara en mí mismo, como un feto, y despistara así el miedo. El
miedo pasaba y no me encontraba. O eso creía yo. Toda la vida no hacemos otra
cosa que tratar de despistar a nuestros miedos. Miedo a leer un poema; miedo a
no leerlo. Miedo por el día; miedo por la noche. Miedo por el temblar de las
estrellas; miedo por el color hueso de la luna. Miedo al qué dirán; miedo a que
no hablen de ti, aunque digan cosas. Miedo a los pájaros grandes; miedo a la
pequeñez -el bosón de Higgs-. Miedo al hoy; miedo al mañana… Miedos. ¿Son, todo,
miedos en la vida? ¿No hay salida? ¿Estamos acorralados de miedos? ¿Nos acechan
como ojos vivos detrás de la espesura? Dijo Octavio Paz: «Las masas humanas más
peligrosas son aquellas en cuyas venas ha sido inyectado el veneno del miedo…,
del miedo al cambio». O el hacer siempre lo mismo, que diría Albert Einstein. Sin
cambio, no hay vida, no hay más allá, no hay naranjo en flor y luego el fruto. El
miedo al cambio es la razón por la que se ponen puertas al campo y al manantial
de los sueños; o como dice hoy Martín Prieto en un artículo, Diario, «embalsamar
el estancamiento» (20:30:45).
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