16 de agosto de 2016. Martes.
EL BLANCO DEL
PAPEL
El ojo del papel, sobre la mesa. F: FotVi |
-Se me ha oscurecido la mente, no acierto a poner nada
en el papel. Miro el blanco del papel y no se me ocurre nada. Es como un ojo
grande que me mirara, y, al mirarme tan detenidamente, tan fijamente, tan sin
compasión, me asustara. Es un ojo perverso, como airado, que me mira sin
pestañear. Me mira y me desarma, tan ciclópeo, tan penetrante, tan vigilante es.
Intento escribir sin mirar al papel, pero no puedo; yo sé que, aunque yo no lo
mire, él me mira, y me aturde. Escribir sin mirar al enemigo que te acecha, es
una temeridad. Tengo miedo de escribir de mí, por si digo algo que no es verdad;
y miedo de escribir del prójimo, por si lo ofendo. Y esto, me lo recuerda el
papel en blanco cuando voy a ponerme a escribir. Es como si me avisara el
papel. El papel me dice: «Cuidado, estás a punto de mentir». O: «Vuélvete y
mira en tu interior». Y, mientras revuelvo en mi interior, mientras me asomo al
abismo de mí mismo, me tiembla el pulso y dejo de escribir; no puedo seguir. Pero,
de pronto, siento que algo indescifrable, algo tozudo, me toca en la mente, y
me anima a escribir. Y dejo que el papel me mire, pero digo con Mandela: el
coraje no es la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre él, y escribo contra
el miedo, contra el papel endiablado, que no deja de asediarme. Porque el papel
sobre el que escribes, Diario, es la otra conciencia del escritor, o la única
conciencia (19:22:17).
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