jueves, 20 de octubre de 2016

18 de octubre de 2016. Martes.
COMBUSTIBLES

(Antes de ayer escribía esto).

Espectro a atardecer, en el jardín. F: FotVi

-Hoy me levanto dormido; es un modo tonto de levantarse. O un modo de levantarse abstraído. Si te levantas así, tu destino es ir dando tumbos, y tener la cabeza embotada. Y te pones ante el papel, y no escribes; o si lo haces, deliras, o disparatas, o haces pirotecnia. Y eso es feo. Tan feo como morderte las uñas ante tu profesor de estética. O tan simple como pintar un cuadro de Miró, sin fama ni luz en el pincel para hacerlo. En estos casos, escribes por escribir, y mueres un poco en lo que escribes. Te cuesta más. Y borras mucho. Entretanto, leo la bella teoría del profesor Antonio Manchón sobre la razón de los dibujos de los niños. A veces, me ocurre lo que a los niños, escribo para encontrarme a mí mismo. «El niño -dice el profesor Manchón- dibuja como fórmula para encontrarse a sí mismo». Encontrarte a ti mismo, que andas perdido en un mundo hostil, diabólico en ocasiones, ininteligible casi siempre. Un mundo que sufre y que te hace sufrir, que muere cada día en esa pequeña maravilla que llamamos niño y que dibuja lo que le duele o le alegra dentro, en ese sueño truncado por la guerra o por una acción pavorosa de un mayor. A las siete, esta mañana, he despertado al despertador y me he levantado antes que él, y, tras rezar y desayunar, me he puesto a escribir, hasta poder pergeñar estas cosas que estoy contando, que  no sé, Diario, si son lógicas o sólo combustibles; es decir, dignas del fuego (13:22:44).

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