7 de octubre de 2016. Viernes.
LA FOSA DEL MAR
La mar serena, en Torre de la Horadada. F: FotVi |
-Asustado el mar, queda la indiferencia de los
hombres, su estrago espiritual. El mar, asustado por la tragedia que provoca
cada día, cada hora de muerte, cada instante de pavor, llora. Ayer, más
muertos; ayer y antes de ayer, como una cascada de turbación. El mar parece tragarse
lo que ama, me dijo un día un pescador. El mar se revela contra la injusticia
humana, contra los egoísmos humanos. El mar es inocente, sólo acoge, piadosamente,
aquello que le echan, aquello que le ofrecen. Es un dios menor, que abre sus
fauces y traga, sin pensar en qué, sin reparar en quién. Del mar se puede decir
lo que decía Rimbaud, en su libro Una
temporada en el infierno, de la belleza: «Un
atardecer, senté a la belleza sobre mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la
insulté». No es inteligente insultar al mar, más bien estar con él, ponerlo en
tus rodillas y acariciarlo, con susurros de suavidad, con himnos maternales. De
cien en cien hasta llegar a varios miles, ésa es la cifra de cuerpos humanos
que necesita el mar para calmarse cada cierto tiempo, para darse a entender. «Un
atardecer, senté a la belleza sobre mis rodillas», dice Rimbaud. Pero el ser
humano no entiende, persiste en sus errores, en su desmemoria, en el andar de
espaldas para evitar la realidad. Y cae en la fosa del mar, donde todo perece,
Diario, recibiendo el abrazo solemne de la muerte (11:11:05).
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