22 de octubre de 2016. Sábado.
MOSUL, ALEPO
El juego de los niños de la guerra, en Afganistán. |
-Digo Mosul o Alepo, y se me hace como un raspar
trágico de lija en la mente. Mi mente se asombra y se rebela. Y cruje, como el
entarimado de un escenario de teatro viejo de pueblo. Decir Kabul o Alepo es
decir caos, abismo, tragedia, guerra. Y familias con niños en oscuros campos de
concentración, con la desesperanza y el pavor en los ojos, y lo inocencia de
los niños riendo, o dándole patadas a un balón. Patadas bélicas, sin embargo. Mosul,
llamada ciudad de convivencia -en él coexistían musulmanes suníes y chiitas, cristianos
y yazidíes-, es ahora un lugar de desafío, de duelo continuo. No hay escuelas y
los niños se eternizan en el juego, y en hacer la guerra, con armas de mentira.
Otro juego. O armas de verdad, otro juego más cruel. Se dice que más cien mil
cristianos, en las alturas del Kurdistán, viven con la esperanza del regreso. Rezan
y esperan. Debe ser, sin embargo, un rezo espeso y una esperanza turbia. Yo, en
su situación, no sé cómo rezaría, si en paz o con ira, o con una duda
desafiante ante Dios. Me veo cristiano con hijos en un campo de concentración
en Kurdistán y me pregunto cómo sería mi oración, si fiera o humilde. ¿Sería
como la de Job: «Perezca el día en que nací, / y la noche que dijo “Un varón ha
sido concebido”?» ¿O como la del salmo 50: «Inclina tu oído, Señor, escúchame,
/ que soy un pobre desamparado?». No sé; sólo sé, Diario, que sería
desesperada. O como la de Jesús en el Sinaí, abatida, sudada en sangre
(12:06:04).
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