24 de noviembre de 2016. Jueves.
DESCOMPOSICIÓN
¿Por qué no una rosa?, en el jardín. F: FotVi |
-Vivir en el odio perpetuo, debe ser como vivir en un
fuego que no cesa. Como vivir, muriendo, en una hoguera. Amos Oz, en su novela Tocar el agua, tocar el viento, y
tratando de describir un ambiente perverso de soldadesca depravada «por un
millar de deseos viles», dice: «Un hastío pesado y embotador lo cubría todo con
una capa de pútrida descomposición». Y lo que se descompone, hiede. Hiede
nuestra sociedad, y por tanto hiede, repugna, apesta todo (o casi) lo que es
ella. Hiede la política, las redes sociales, cierto universo cabreado de la
prensa, los que se perdonan a sí mismos y no lo hacen con los demás, los
engreídos, los mutilados intelectualmente, los cicateros en dar misericordia, los
tontos útiles, los que imponen leyes que ellos no guardan, los serviles, los
que afligen bancos, los que llevan y no llevan corbata como impostura, los que pasean
barbarie y demonios y revólveres verbales al cincho de su intolerancia, los
matones, los puros sin virtud, los catetos instruidos en furia y no en letras, en
fin, los que lloran sin lágrimas o sólo con lágrimas de cocodrilo, los
monstruos sin un latido -nunca, jamás- amoroso. O vivir -sin vivir- en el odio,
destilando hiel por el colmillo endemoniado de la perversidad. Estimo que hay
que someter a examen las palabras, y los silencios, y todas las purezas e
impurezas de la vida, y observarlas fríamente, sin pasión, con la humildad del
que ve que su vida acaba y quisiera que ésta hubiera sido otra, más floresta y
menos roca, más paz y menos guerra, más amor. Ha muerto Rita Barberá, Diario,
ha muerto el cebo de la ignominia, el pimpampum de la infamia, el silencio que
se moría. Y no es que yo la defienda, sencillamente le ofrezco mi compasión, mi
piedad, le ofrezco salvarla en mi interior, como se salva a todo ser herido y abandonado
en el camino (19:16:49).
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