1 de septiembre de
2017. Viernes.
SÓLO
EL VIENTO
Nostalgia, en la playa. Mar Menor, Lopagán. F: FotVi |
-Cojo un poco de tierra,
abro la mano y soplo, y salta la tierra y se confunde con el viento. Luego me
sacudo, miro y no queda nada. Sólo el viento. La tierra ha vuelto al lugar de
donde la cogí: la tierra llama a la tierra. Como julio, como agosto: como la
vida. La vida, pues, polvo, tierra, arcilla, con un poco de imaginación, de utopía,
de ensoñación, que, al fin, se lleva el viento. ¿Recuerdan el primer día de
julio? «¡Vacación!», gritamos. ¿Y qué decimos el treinta y uno de agosto? «¡Ufff!»:
el coche, la carretera, el volver a la rutina, un sudor frío, una desgana, que
apesadumbra como una almendra amarga, o como si, de improviso, te tragaras un tenedor. (Yo, con el tenedor no
lo he intentado, con la almendra, sí, y abruma su aspereza). «¡Ufff!», digo, y
me dispongo a vivir septiembre con todas sus letras, de la s a la e, porque me viene
un amigo, Juan, y me dice que escriba una frase que ha leído en no sé dónde y
que dice así: «No se es lo que se
logra, se es lo que se supera», y
entonces, pensativo, me pongo y hago lo que escribo: intentar superar las nostalgias, los sorbos de
frío -la cerveza- en la playa, la lectura bonancible y despreocupada, el
pequeño parpadeo de soñar que uno es feliz y que esta ficción no tiene fin. «Se
es lo que se supera», y en esas estoy,
tratando de escapar de este espejo en el que me he mirado -la vacación- y que me
tiene atrapado en su turbador azogue, y del que, Diario, intento salir, como si
me llegara el agua al cuello, braceando, tratando de escapar de mí mismo (20:11:41).
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