18 de septiembre de
2017. Lunes.
LOS
DEDOS DE LA FE
Y la semilla brotó, en el jardín. Torre de la Horadada. F: FotVi |
-Vuelvo de San Pedro,
cansado, jadeante, algo roto; aunque esto suele ser normal en un joven de
ochenta y un años. Vas, vienes, andas sobre tus años, y, al final, te
resientes, es lógico: los años pesan; aunque luego quede un sabor a ciruela en
la boca, que alegra la garganta y pone a la mente a hacer puzles de esperanza,
cada vez más luminosos, y también más complicados. Una boda -Silvia y David-, o
la celebración -con Dios al fondo- del amor. Celebrar el amor es tocar a Dios
con los dedos de la fe. O hallarlo ahí donde tú estás, latiendo: en el punto mismo
-el Aleph (Borges)- donde tú amas. Dios es amor, dice San Juan, y san Pablo lo
explica: porque el amor -dice- es paciente, servicial; no se jacta, no se engríe;
es decoroso; no busca lo suyo; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se
alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Y, además, todo lo cree; todo
lo excusa; todo lo espera; y soporta todo, porque el amor (pasión, ternura,
amistad, galanteo, cortejo, ágape, seducción, arrullo…), porque el Amor -dice-,
es Dios. Y este Amor, este, no acaba nunca, siempre permanece aunque parezca
que sufre vacilaciones, como la chispa en el pedernal o el eco en la montaña. Eso
les dije a los novios, y tenían los ojos muy abiertos, y es que las palabras primero
las entiende la vista y luego pasan al corazón, donde germinan, o no, pero ahí
están. O eso pienso yo, que, cuando algo me asombra, abro mucho los ojos y voy
dándole vueltas en mi interior, hasta que llega al corazón, y ahí, Diario,
queda sonando, dándome vida, o quedando como semilla, para, a las primeras lluvias,
retoñar, y hacer así la primavera (19:45:46).
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