8 de septiembre de
2017. Viernes.
TEMPLO
ESTRELLADO
María y su Hijo, en Catedral de Liubliana, Eslovenia. F: FotVi |
-En Jerusalén, la gracia
de Dios se hizo Mujer y habitó entre nosotros. La gracia de Dios envuelta en un
cuerpo de mujer, que lo embellecía, iluminando sus ojos y poniendo a tono divino
los latidos de su corazón, o el templo estrellado de su vientre. Vientre en el
que tenía que recostarse hecho embrión, durante nueve meses, el Hijo de Dios. Un
vientre como el de cualquier madre, pero lleno de gracia. O de más gracia que
ningún otro; pues cualquier vientre de mujer que es madre está lleno de gracia,
por ser en él donde Dios teje la obra de orfebre de todo nuevo ser. Cincela y
cincela, hasta que se forma el nuevo ser, y que, con un berrido de ser nuevo, se
hace presente en el mundo, como un milagro que llora y da unas leves patadas al
aire. Dios vive en el recién nacido que llora y patea, y que huele con asombro
el aroma de su madre y el cantar de los ojos que le miran. Hoy, día de la
Natividad de la Virgen María, Diario, celebro en este mundo de egoísmos
pavorosos la heroicidad de ser madre, o de desearlo; celebro a la madre que presta
su cuerpo para que la invada un ser al que llamará hijo y que, durante nueve meses, vivirá dentro de ella, recibiendo
su alimento primordial y cuidadoso, asimilando el clamor de su ternura, riendo
cuando ella ríe, y, llorando, si ella llora (19:00:53).
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