21 de septiembre de
2017. Jueves.
LA
PESADILLA
Pesadilla, en el tren. Camino de Madrid. F: FotVi |
-Un país en el que la
mayoría dormía -pero sin soñar-, despierta bajo el pasmo de una pesadilla. Las pesadillas
son las dagas del sueño, que hieren al que no sueña. Se suele decir: «He tenido
una pesadilla»; y no: «He soñado una pesadilla». Los sueños son fantasía,
evocación, presencia idealizada de algo hermoso; las pesadillas, por el
contrario, son pavor, estremecimiento, una fatigosa persecución, con el único
final feliz del despertar entre ahogos. Tras una pesadilla, me limpio el sudor
de la frente y doy masajes a mi mente para que se desintoxique, para que vea un
poco de luz. De pronto, en este país nuestro, todos hemos despertado con la
pesadilla de que algo nuestro se rompe, se quiebra. Algo que amamos, pero sin decirlo:
lo evidente no se dice. Amamos a Cataluña, y lo callamos. Amamos a España, y lo
callamos. Esto es algo que se supone, decimos ahora. Y, de pronto, despertamos
con una pesadilla que nos persigue, nos intenta devorar; la pesadilla del odio,
que durante años, se ha ido alimentando de mentiras, hasta que la mentira nos
quiere engullir. Cuando dormidos sin sueños, nos ataca la pesadilla, que supone
correr delante de nuestros miedos, sin asidero posible. Con la esperanza,
Diario, de despertar a tiempo, y librarnos así de las garras del miedo que nos hostiga,
que nos persigue, como unas fauces terribles, demenciales, espumosas de rabia (19:21:08).
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