19 de noviembre de
2017. Domingo.
CUERDA
FLOJA
En la cuerda floja, de la línea. F: FotVi |
-Ando por la línea de
escribir, como un funámbulo por el alambre. De este punto a aquél, me digo, y
miro hacia el allá, y tanteo con el pie. Vibra el alambre. Sufro de miedo. No
pienses en la caída. ¡Hice esto tantas veces!, te dices. Doy el primer paso, se
comba la línea de escribir. Dudo; pero sigo. Oscila el contrapeso. No lo miro, solo
sé que está, como alas, a mis lados. El escritor es un volatinero que aletea
palabras sobre la cuerda floja; y para el que siempre existe el peligro de
caerse. Y de morirse; o solo quedar herido, o salir ileso. Es un volatinero
que, aunque alguna vez se caiga, si no muere, sigue adelante. Hasta llegar al
final de la cuerda, donde se halla el éxito; nunca el fracaso. Porque, aunque
no haya nadie aplaudiendo o silbando, siempre está el escritor, el
equilibrista, que ni se aplaude ni se silba, pero que sigue escribiendo, subido
a la cuerda floja, explorando luces y sombras, metiéndose en las entrañas de
las palabras, y en las de la persona humana, para decir lo que ve y contarlo. Contar
una mala acción o una acción de bondad y libertad, de éxtasis. Todo cabe en el funambulista
escritor: la luz, la piedad, la guerra, la traición, la fantasía, el hombre, la
nada; y con el poeta Adonis, inquirir: «¿Debo preguntar cómo acabará este mundo
o cómo ha empezado este infierno?» O con los versos, Diario, de otro poeta:
«¿Si digo una palabra, si la digo / alta y azul, anuncio el mar?» Caminando por
la cuerda floja (13:04:36).
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