29 de julio de 2016. Viernes.
EN UN MUNDO RARO
En Auschwitz, pidiendo perdón. F: AFE. abc |
-Es hombre anciano, lúcido, sonríe lo preciso, se
emociona y emociona, y dice cosas raras
en un mundo raro. Aunque alguna vez tropiece y caiga, se le ve dinámico y
firme, y no le asustan los retos: lanza su amor a todos, para que se haga con
él aquél que más lo busque y necesite, y denuncia con la humildad del que se sabe
pecador. Él mismo se confiesa: «soy un hombre perdonado». De pronto nos dice
que hay jóvenes cansados, aburridos, que han tirado la toalla. Que han
envejecido, como si hubieran nacido para ser viejos. E invita a la ilusión. En
el lenguaje de la iglesia, abre puertas nuevas, e invita al lenguaje a que
despierte conciencias. No le gusta usar un lenguaje jadeante, hecho trizas, embrollado
de prosa inútil y difícil. Habla con la claridad del agua que acaba de nacer, y
hace cercano lo que parece que anda por las nubes. Habla con el saber de un libro
recién estrenado, y no se corta al hablar. Sus palabras tan antiguas, suenan a
novedad. Dice cosas como éstas: «Tres palabras que se deben decir siempre, tres
palabras que tienen que estar en casa: permiso, gracias, disculpa». Y estas
palabras son Escritura: «El amor es paciente (…), todo lo disculpa, todo lo cree,
todo lo espera», dice san Pablo. El amor. Si el amor se encabrita, se respinga,
ya no es amor, es una joya del corazón rota, es una perla perdida y no hallada.
Cuando dice que «el perdón es una fuerza que resucita a una vida nueva», está pensando
en la resurrección, está diciendo que no hay sepulcro que pueda encerrar el espíritu,
el alma inquieta de las cosas. Hoy el papa Francisco ha estado en Auschwitz, y ha
rezado, y sólo ha dicho: «Señor ten piedad de tu pueblo. Señor, perdón por
tanta crueldad», y el silencio, Diario, ha roto el estruendo del mundo, y, por
un momento eterno, lo ha callado, lo ha detenido en el reloj de la esperanza (20:35:44).