20 de junio de 2017.
Martes.
PALABRAS ASUSTADAS
El bosque atormentado, en Salinas de San Pedro del Pinatar. F: FotVi |
-De pronto, la noticia
de un fuego devastador, irracional, nos hiela el corazón. El fuego en el hogar,
nos alivia; pero el fuego en el bosque, nos aterra. Ha sucedido en Portugal. En
Pedrógão Grande. Cae una chispa, un rayo, y el bosque se hace hoguera
destructiva, alarido en llamas. Lo mismo que en Londres la Torre Grenfell: una
mala restauración y el caos, o la muerte. Yo pienso, con pavor, en las personas
que son atrapadas en tal lío de llamas y ahogo, en tal zarpazo. Imaginémoslo: bracean,
corren, gritan, hasta que arden. Así de crudo: así de real. Y, entonces, yo, estremecido,
me santiguo y rezo. Rezar, o decir palabras asustadas, casi mordidas, que parecen
ni subir ni bajar, que se quedan heladas en tu boca, esperando que alguien las
oiga; ¿hay quien oye nuestras oraciones? Yo creo que sí, ¿pero y el que muere
sin compasión, sin otro horizonte que las llamas feroces, con el grito y el interrogante
en la boca? ¡Dios!, dice, mientras se percata de que la muerte le llega en
forma de clamor candente. Quizá el decir Dios le alivie en el momento de la
expiración, en el momento del último aliento, cuando se despide de la vida y se
encuentra de frente con la luz de la Trascendencia. Pero yo me pregunto: ¿dónde
está la conciencia y la responsabilidad de las personas? ¿Esas que echan
mítines y propician que el fuego se propague a causa de su dejadez y los tantos
por ciento que se llevan, a veces? Decía Emilio Prados (cuando los poetas hablan
que se calle el silencio), decía: «No es lo que está roto Dios / ni el campo
que él ha creado; / lo que está roto es el hombre / que no ve a Dios en su
campo». A veces la tragedia, Diario, está más en la dejadez humana, que en aquello
que la provoca: el rayo o le cerilla negligente (18:56:32).