30 de octubre de 2016. Domingo.
AZUL SÁBADO
Azul sábado, en Pamukkale (o castillo de algodón), en Turquía. F: FotVi |
-Dice bellamente Katy Parra, poeta, que «era rubia y
tenía los ojos azul sábado». «Azul sábado», o un azul acuarela, un azul volátil,
bellamente etéreo. Ayer fue sábado y el azul era como el de esos ojos inquietantemente
celestes, lúcidamente virginales. Lo que no sé es si esos ojos «azul sábado»
ven todo en azul, a lo Avatar, o sólo son azul sábado para ser mirados,
admirados, celebrados. Celebrados, los ojos, no lo que ellos ven. Ver, deben ver
como los ojos castaños, como los ojos verdes, o como los que son como el agua,
que miran, hacen ruido de agua, y corren riachuelo adelante. Reflejando cielos,
y cosas. Saltarines. Sin embargo, hay ojos del color del terror de cada día en
el mundo. Ojos de horror, absortos, del color negro de la muerte. ¿O son ojos
rojos, ensangrentados? Leo: 8.000 familias secuestradas por el Estado Islámico
y colocadas como escudos humanos en Mosul. ¿Con qué color de ojos se mira esto?
¿Azul fantasía -«tenía los ojos azul sábado»-; castaños, como la tierra y el trigo a punto de segar;
o garzos, como el espino nuevo en el campo? ¿O mejor no mirar? ¿O se mira y se
calla? ¿O se mira y se llora? ¿O se llora sólo, sin mirar? No sé; me gusta lo
de los ojos «color azul sábado», un hallazgo poético, pero no para mirar lo que
ocurre a nuestra orilla, tan cercana, que casi nos hace culpables de no ver o
no querer ver, o de, aun viendo, perseverar en la ignominia de creer que no ves.
Y mientras, Diario, como diría Leila Guerriero, escritora argentina: «El
domingo late afuera como un fantasma, o como un miedo» (11:26:17).