30 de agosto de
2017. Miércoles.
PESADILLAS
Visión de lluvia, desde mi balcón, en Murcia. F: FotVi |
-Ayer mañana, lloviznaba
sobre Murcia y salí a mojarme. Luego de la sequía viene el agua, la bendición. Con
agua se bautiza y con agua se bendice. Hasta la ceniza -Miércoles de Ceniza- se
bendice con agua; en la ceniza, entonces, cada gota hace un minúsculo cráter,
como un pequeño campo lunar. Luego coges la ceniza y se te deshace entre los
dedos, como talco o polvo de estrellas, como escarcha triturada. Bendecir es
decir bien de algo, y el mejor lenguaje es el del agua, la que habla cuando
corre, y calla, para abstraerse, cuando se estanca. Y lanzada por el hisopo,
bendice. Y mientras llovizna, me pregunto si se puede bendecir el mal, o la
estupidez, o la sinrazón. La sinrazón y la estupidez y el mal que recorren este
país nuestro de lado a lado de un tiempo a esta parte. Este país nuestro de
cada día, de cada instante, de cada pesadilla. Decía Borges que Chesterton era «un
tejedor de pesadillas. Sus pavorosas pesadillas -laberintos infinitos, noches
con miles de ojos escrutadores, árboles que devoran a los pájaros y echan
plumas (…)», sugieren que «algo en el barro de su yo propendía a la pesadilla,
algo secreto, ciego y central». (Rafael Narbona). O la pesadilla catalana, la
pesadilla de un Gobierno paralizado, la pesadilla de la turbiedad
administrativa: con apenas jueces que juzguen y sentencias que se cumplan, y un
panorama de laberinto sin salida, de árboles que mastican pájaros y les crecen
plumas..., o alas que no vuelan, sólo alas que aplauden o alas limpiándose una
lágrima, de aturdimiento. Mientras, en la noche de ayer, como si Murcia fuera
Galicia y no la Murcia del sol y la fiebre agosteña, llovió y tronó fuerte. Hoy
sigue igual. Y yo, cuando te moja el sedal de la lluvia, el llanto de los
cielos, las castidad sin mácula del agua, me digo: «¡Murcia, qué hermosa eres».
Al tiempo que pienso en la gota que cae en la ceniza y la remueve, y, dándole
una nueva dimensión, la revitaliza, la hace cosa sagrada. Ay, si los laberintos
se hicieran sendas rectas, y los árboles no se comieran a los pájaros, y solo -y
con ternura de árbol- los dejaran anidar en sus ramas y luego los echaran a volar,
y ser así pájaros libres, y con sus plumas intactas, sin que nadie se las robara.
En la tarde, y partidas las nubes, Diario, ha vuelto a salir el sol, esplendoroso
(11:48:08).